El Athletic estuvo a punto de batir un récord en Almería: conseguir perder un partido contra un rival que no fue capaz de hacer una miserable ocasión en todo el partido y cuyo único remate llegó desde el punto de penalti. Menos mal que Llorente sigue con su racha. Hubiera sido injusto que el Athletic saliera derrotado de este partido, aunque el empate tampoco refleja lo sucedido en el terreno de juego. Por fútbol, por presencia, por llegada y por ambición, los rojiblancos se hicieron acreedores al triunfo. Lo que le ocurre a este equipo es que tiene menos pegada que un peso mosca, y cuando por fin conecta algún golpe, tampoco le acompaña la suerte. Es la cruz que viene arrastrando el Athletic durante toda la temporada, y la que fundamentalmente le ha llevado a donde se encuentra en la tabla.
En Almería, el Athletic dejó patente que se encuentra más cómodo jugando lejos de San Mamés, y eso que el equipo de Emery, voluntaria o involuntariamente, le cedió el balón prácticamente durante todo el partido. Al equipo andaluz tampoco le gusta demasiado tener la iniciativa. Basta con repasar su estadística para comprobar que es el rey del uno a cero, lo que quiere decir que su especialidad es la de nadar y guardar la ropa. Se enfrentaron pues dos equipos muy alejados de las grandezas, parecidos en el concepto y rácanos a más no poder. Tal para cual. Y para que no quepan dudas, ahí están las declaraciones de Caparrós cantando las virtudes del 1-0.
Al Athletic hay que agradecerle que, por una vez, las palabras de los jugadores y el entrenador en la sala de prensa, tuvieron continuidad sobre el terreno de juego. Los de Caparrós habían dicho que iban a por el partido y cumplieron su promesa. Que no lo consiguieran fue una cuestión entre mala suerte y la impotencia propia. Es difícil desequilibrar a un rival tan bien asentado como el Almería cuando sólo se le ataca desde un lado, por mucho que Susaeta volviera a ser un jugador destacado, y es más difícil todavía romper una defensa cuando un jugador teóricamente destinado a distribuir el balón, juega tan lejos del área rival y está más atento a pelear que a jugar al fútbol. Y ya la cosa roza los límites de lo imposible si un delantero como Etxeberria está tan lejos de su mejor momento que sólo se le reconoce porque lleva el apellido en la camiseta.
Con todo, el Athletic hizo méritos suficientes para dominar en el marcador y, sobre todo, para no encajar ningún gol. En Almería se quedaron sin saber si Armando es buen o mal portero porque no le tiraron ni una sola vez hasta el penalti, y para entonces ya había pasado una hora de partido. Increíble pero cierto.
Hubiera sido demasiado cruel que el Athletic saliera derrotado del campo andaluz pero hay que admitir que a punto estuvo de ocurrir. Las consecuencias hubieran sido imprevisibles por el golpe moral y por el efecto que hubiera tenido en la clasificación. Un punto puede parecer nada, pero sirve para sumar y cuando no se pueden sumar los tres, es bueno asegurar lo que ya te da la Federación antes de empezar, como les gusta repetir a los viejos entrenadores. Sin ir más lejos, si el Athletic hubiera sabido amarrar siquiera el empate el día del Villarreal, ahora estaríamos mirando la clasificación con otra cara.
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