domingo, 31 de mayo de 2009

Segunda despedida de la temporada en Mestalla

El Athletic despidió la temporada el sábado en Mestalla por segunda vez. La primera despedida fue el 13 de Mayo, cuando acabó la final de Copa. Desde entonces hasta este sábado, los rojiblancos han vivido en una especie de limbo, estando sin estar, viviendo sin vivir en sí, en un estado más cercano al misticismo que al deporte; oyendo voces que preguntan insistentes quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, esperando una respuesta que ya tienen preparada y no se atreven a pronunciar porque saben que sólo son ellos los interesados en oírla.
El Athletic se despidió por segunda vez en Valencia de una temporada más que preocupante, que las mismas voces que ahora hacen tantas preguntas han estado proclamando histórica por aquello de la final. Los rojiblancos y buena parte de su entorno, han encontrado en esa final el argumento para justificar su injustificable temporada. Es de desear que los más sensatos del grupo sabrán reconocer la verdad en su fuero interno; de lo contrario el futuro pintará más bien oscuro.
A estas alturas, todo el mundo conoce las penosas estadísticas de los leones,y repetirlas es sólo echar sal en la herida gratuitamente. Pero conviene tenerlas bien presentes para agitarlas a modo de ristra de ajos y vade retro ante quienes se empeñan en sacar pecho porque hemos llegado a una final y estamos clasificados para la UEFA, aunque sería más exacto decir, de momento, para la Intertoto.
Si en el Athletic son católicos deberán hacer examen de conciencia y si no frecuentan a Rouco, autocrítica, que viene a ser lo mismo aunque pasado por Marx. Pero, al menos por lo que se aprecia desde fuera, no parecen estar muy por la labor. Se entiende que tampoco debe de ser nada sencillo cuando hay tanto que criticar y tan poco criterio. ¿Quién le pone el cascabel al gato de una pretemporada de cervecita y tortilla de patata?. ¿Qué técnico o dirigente de la casa tiene la suficiente autoridad moral para ponerse a explicar al respetable la impropia conjugación de la política de cantera con fichajes de gente de Segunda y Segunda B que dejaron de ser juveniles en la anterior glaciación?. ¿Quién en suma pone orden cuando la estructura mental del máximo responsable se asemeja tanto a la de un sonajero?.
El ultimo partido ante el Valencia fue el corolario lógico a todo un año de decisiones tomadas con el rigor que otorga el dado en el parchís. Javi Martínez de central y Gurpegui de medio centro o viceversa. Yeste de pareja de Llorente, o así. Y Muniain, ¿qué decir de lo de Muniain?. ¿Es consciente Caparrós del efecto que puede provocar en el ánimo y en la progresión de un crío de 16 años lo que ha hecho esta semana?.
Lo mejor de esta temporada no ha sido ni asegurar la permanencia con tres jornadas de antelación, ni haber jugado la final de Copa. Lo mejor de esta temporada es que ya ha acabado. Pero donde hay una cara hay una cruz y esa es que da la impresión de que aquí nadie ha aprendido nada; nadie de los que tienen en su mano la potestad para tomar decisiones.

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lunes, 25 de mayo de 2009

Insisto en la pregunta: ¿es normal tanto entusiasmo?

Lo pregunté al hilo de lo que ocurrió en la final de Copa y vuelvo a hacerlo después del último partido de San Mamés. ¿Es normal tanto coro de Aida y tanta bufanda al viento mientras tu equipo está haciendo el canelo sobre el césped?. ¿Somos de natural tan alegre porque el mundo nos ha hecho así o porque estamos perdiendo la perspectiva?. ¿La identificación con unos colores hace obligatorio el celebrarlo todo como si el mundo se fuera a acabar dentro de cinco minutos?. ¿Dejaremos un día de mirarnos al ombligo para confirmarnos a nosotros mismos que somos la mejor afición del mundo mundial?.
Alguien (que obviamente no me conoce) cuestionó la semana mi sentimiento zurigorri porque no encontraba mucha explicación a las lágrimas de los jugadores después de la final. Sostenía entonces, y lo sigo sosteniendo ahora, que las lágrimas de frustración son explicables y hasta saludables cuando has perdido una final en el último instante, o cuando has defendido tus posibilidades durante los noventa minutos. Echarse a llorar después de perder por 4-1 y no haber visto el balón durante todo el partido, sigue pareciéndome poco lógico. Los jugadores tuvieron todo el segundo tiempo para llorar como Magdalenas. Algunos aficionados lo hicimos a la vista del patético espectáculo que estaban dando; otros no, otros estaban entretenidos agitando la bufanda.
La final de Copa se ha convertido en el gran (y único) argumento para justificar una temporada infame que va a acabar con el equipo tan solo un punto por encima de los puestos de descenso. Sesenta goles encajados, seis puntos menos que el año pasado... los datos no avalan ni el entusiasmo del personal ni el mensaje institucional, resumido en las proclamas que lanza Caparrós en cuanto le ponen un micrófono delante.
Ahora mismo la sensación es que nos hemos librado de una buena sin habernos enterado; de que Caparrós ha estado jugando con fuego y no nos ha abrasado a todos por casualidad. Sólo recordar la alineación que presentó contra el Betis pone la piel de gallina. ¡Qué poco ha faltado para que a estas horas estuvieramos organizando peregrinaciones para pedir un milagro en Valencia!. ¡Pero qué más da todo esto si Verdi suena en San Mamés!.
Una nota aparte en relación con los indeseables que acudieron el sábado al campo. El Athletic, por medio de su portavoz oficioso dice que está "profundamente irritado" (más vale no hacer lecturas maliciosas del enunciado) porque el Atlético de Madrid distribuyó entradas a los delincuentes del Frente Atlético incumpliendo un acuerdo previo en sentido contrario. Pese al escaso aprecio que tienen los actuales dirigentes del Athletic tanto a la precisión de sus mensajes como a su coincidencia con la realidad, en este caso es seguro que su relato se ajusta a los hechos. El Athletic no tiene por qué saber, ni decidir, el destino último de las entradas que facilita al equipo visitante. Siendo esto así, cabe preguntarse si alguno de los muchos comités, comisiones u organismos que dicen velar por el fútbol y/o por la seguridad ciudadana, tendrá a bien tomar alguna medida contra los responsables de facilitar la presencia en San Mamés de ese centenar de tullidos intelectuales. Cabe extender la pregunta a los responsables policiales, tanto de Madrid como de Gasteiz, y pedirles que expliquen la razón del, digamos, escasamente activo papel de sus agentes durante todo el tiempo que los susodichos tullidos se dedicaron a provocar, insultar y agredir a los aficionados de San Mamés. Evidentemente son preguntas retóricas que no esperan respuesta, es solo que hoy tengo el día preguntón.

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jueves, 21 de mayo de 2009

Pensando en el año que viene (2)

Dando por bueno que en el capítulo de futuribles está prácticamente todo dicho y que no hay más cera que la que arde, vayamos ahora al apartado de las bajas, mucho más complejo, por la amplitud de la nómina y por la diversas circunstancias que concurren en cada caso.
También parece haber unanimidad a la hora de señalar con el dedo a los que no aparecerán en el poster de la próxima temporada. Caparrós ha sido lo suficientemente explícito a lo largo de la temporada como para que queden dudas.
Empezando por los que ya han estado fuera este año, no parece que ninguno de ellos se haya ganado el regreso. Lafuente sólo ha jugado en el Sporting cuando el titular Cuéllar ha estado lesionado, y teniendo en cuenta que éste no es santo de la devoción de la parroquia del Molinón, no parece que el de Retuerto lo hubiera tenido difícil para hacerse con el sitio a poco que se hubiera esmerado. No ha sido el caso, o al menos así lo ha entendido Preciado, que ha mantenido su apuesta por un portero discutido por la afición. Si, como parece, en el Athletic siguen apostando por Armando a la espera de alguna perla del filial, el destino de Lafuente parece lejos de San Mamés.
Otro tanto ocurre con Casas, que apenas ha tenido unos minutos en un Córdoba que está peleando por evitar el descenso. De todas formas, el lateral, víctima de las volubles decisiones de Caparrós, siempre ha parecido el culpable de todos los males de la defensa rojiblanca a ojos de la afición. Pasar de no tener número a ser titular y acabar como cedido, en apenas doce meses es como para hacérselo mirar, pero no precisamente al jugador.
El de Tiko es un caso especial. La grave lesión que padeció en el Camp Nou jugando con Euskadi ha sido finalmente decisiva en el último tramo de su carrera. Su cesión al Eibar no ha sido sino el anticipo de su despedida del Athletic. Tampoco ha tenido suerte con las lesiones en Ipurua, por lo que con un año de contrato todavía con Ibaigane, habrá que hilar fino para encontrar una solución. Una verdadera lástima porque Tiko llegó a rayar a gran altura.
Zubiaurre también es un caso especial por los motivos que todos conocemos y, será precisamente ese factor el que favorezca su regreso. Ha estado jugando partidos con cierta regularidad en el Elche, donde incluso, aunque sea a título anecdótico, hay que recordar que ha marcado un gol en un lanzamiento de falta. Merece una oportunidad para demostrar que, al fin y a la postre, tiene un sitio en la plantilla.
De entre los que han estado pero como si fueran transparentes a ojos de Caparrós, la principal incógnita la constituye Murillo, por su condición de recién renovado aunque nadie sepa ni por ni para qué. Joseba del Olmo pidió una oportunidad para demostrar que vale para Primera División, pero los escasos minutos que ha jugado han servido para dejar claras las diferencias que hay entre incordiar a las defensas contrarias en Ipurua y desenvolverse con la debida velocidad, visión y técnica ante coberturas de Primera División. No se puede quejar. Iñigo Vélez de Mendizabal ni siquiera ha tenido esa oportunidad, así que habrá que esperar a que demuestre en otro equipo si es bueno o malo, algo que podría ser aplicable a Garmendia, un futbolista del que todavía no se sabe si va o viene, aunque, y esto es lo peor, el entrenador tampoco parece saber dónde sacarle rendimiento.
Pero de entre todos, el caso más sangrante es sin duda el de Iñaki Muñoz. Que este jugador haya estado viendo los partidos no ya desde el banquillo, sino desde la grada, mientras Orbaiz y Javi Martínez se han estado dejando la vida sobre la hierba semana tras semana, es algo que clama al cielo. A Muñoz le han bastado los cuatro ratos que le ha concedido Caparrós para demostrarle lo equivocado que está, pero no parece que ni el propósito de enmienda ni la capacidad analítica, sean las mejores cualidades del técnico.
Un caso similar es el de Gurpegi aunque quiero creer que el de Andosilla no está en ninguna lista de posibles bajas. Incluso en cuerpos y direcciones técnicas tan surrealistas como los que actualmente dirigen el Athletic cabe encontrar un atisbo de sensatez y sentido común.

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miércoles, 20 de mayo de 2009

Pensando en el año que viene (1)

Que la temporada ya ha acabado para el Athletic es un hecho más que evidente. La despedida de San Mamés el próximo sábado contra el Atlético de Madrid y el cierre definitivo en Mestalla la próxima semana, con ser dos partidos más que interesantes, sobre todo por lo que se juegan los rivales, no llaman la atención del aficionado rojiblanco, que vive todavía en la resaca del subidón de la final de Copa. La cita de San Mamés tiene el punto nostálgico de las despedidas y lo de Valencia puede ser divertido de confirmarse la reedición de la guerra de las banderas que anuncian por allí en desagravio por lo ocurrido en la final de Copa, pero nada más.
Lo que de verdad interesa al aficionado es la composición de la plantilla para la próxima temporada y parece que, a diferencia de otros cursos, esta vez hay coincidencia general en los nombres que se barajan, tanto para venir, como para marcharse.
En el capítulo de incorporaciones destaca Díaz de Cerio, cuyo fichaje se da por hecho desde hace meses y que solo falta por formalizar cuando acabe junio, precaución mínima exigible después de la broma del caso Zubiaurre. Se habló en su día de Barkero, ex realista que está dando un buen rendimiento en el Numancia, pero su nombre ha dejado de sonar ultimamente. Parece que hasta los que pretendieron promocionarle se han dado cuenta de que ocupa plaza en la lista de los de fichar por fichar, simplemente por su condición de vasco y porque no hay nadie más. Barkero no aportaría nada a esta plantilla ni por edad (ya ha cumplido los 30) ni por calidad.
En cambio vuelven a sonar con fuerza dos nombres recurrentes, los de Mikel San José, un chaval de Lezama que se llevó el Liverpool donde está jugando en su equipo de suplentes, y Ander Herrera, otro chaval que está despuntando en un Zaragoza que aspira al ascenso.
Hablamos de un defensa y de un medio punta o centrocampista de creación, que tienen en común lo complicado de su trayectoria previa. Me explico. San José abandonó Lezama en pos de los cantos de sirena del fútbol inglés, lo que, en principio, no dice mucho de su fidelidad a la causa rojiblanca. Claro que en su día los técnicos del Athletic le ofrecieron una ficha del Baskonia y el Liverpool le puso delante un contrato para su segundo equipo. Tratar a los jugadores de la cantera en base al dato de su fecha de nacimiento y al recorrido de un escalafón funcionarial, infantil, juvenil, Baskonia, Bilbao Athletic, primer equipo, tampoco dice mucho de la profesionalidad y ojo clínico de los técnicos de la cantera. Ese trabajo lo podría hacer cualquier administrativo de Ibaigane, así que repartamos las presuntas culpas y maticemos el supuesto desapego del chaval. Lo que hay que comprobar ahora es que, si de verdad es posible su regreso, el hijo pródigo venga con las dos lecciones aprendidas: las futbolísticas que sin duda le habrán dado en Liverpool y las que dicta el corazón.
Caso totalmente opuesto es el de Ander Herrera. Hijo de Pedro Herrera, Herrerita, de corazón rojiblanco que no precisa prueba, pero criado futbolísticamente a las ubres del Zaragoza, equipo por el que el chaval bebe los vientos y en el que quiere triunfar en Primera División, como ha proclamado sin recato cada vez que se le ha preguntado. Si dudamos de la identificación de San José con el Athletic, en el caso de Herrera no hay ninguna duda: sencillamente no existe. Estaríamos ante el fichaje de un profesional al que sólo cabría exigir rendimiento inmediato a la espera de que el roce haga el cariño. Su edad (19 años), la calidad que apunta y el puesto que ocupa en el campo están, en cualquier caso, por encima de cualquier consideración. Si el Zaragoza cede (la cláusula es de cuatro millones), debe estar en el poster del Athletic de la próxima temporada.
A última hora, el siempre sorprendente ex presidente de la Real, Iñaki Badiola, se ha descolgado anunciando en la página web desde la que ejerce de feroz oposición, el presunto ofrecimiento que Aperribay ha realizado a García Macua poniendo a tiro a Xabi Prieto y el guardameta Riesgo. La cosa tiene tantas posibilidades de ser una información verídica como de ser una intoxicación para envenenar el ya de por sí enrarecido ambiente que se respira en Donostia alrededor de una Real que se ve en Segunda por tercer año consecutivo.
Es obvio que la Real se tiene que desprender de uno de sus porteros, Riesgo o Bravo, porque en su situación no puede permitirse el lujo de mantener en la plantilla al titular de la selección chilena y a un guardameta que ha completado una temporada más que aseada cedido en el Recre. Y tampoco hay que ser una lumbrera para relacionar los nombres de Riesgo y Athletic, pero suena demasiado raro para ser verdad, aunque cosas más inverosímiles pasan en el fútbol.
Otro tanto podría decirse de Prieto, un jugador de calidad indudable y de ficha demasiado cara para un equipo de Segunda. Claro que si San Mamés señala con el dedo a Yeste o Gabilondo por su excesiva frialdad, Prieto a su lado es un témpano de hielo capaz de sacar de sus casillas al aficionado más paciente. En contra del presunto traspaso pesa además la decisión previa de De Cerio. Dos peajes de autopista el mismo verano es un precio demasiado alto para cualquier presidente realista.

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lunes, 18 de mayo de 2009

Ahora empieza otro partido

La temporada acabó para el Athletic el sábado en Valencia. De hecho, casi la mitad de la temporada de los rojiblancos ha estado enfocada a aquel partido. Cuando Medina pitó el final, se acabó el curso para los de Caparrós. Ayer en Montjuic, ante un rival que jugó atenazado por la angustia, los jugadores se limitaron a cumplir el expediente de una manera aseada, mientras que su entrenador aprovechó para engordar el capítulo de curiosidades o misterios sin descubrir. Esta vez tocó ver a Balenziaga en el centro del campo y a Gurpegui en el eje de la defensa, con Etxeita en el banquillo. En el penalti inventado por el árbitro y que decidió el partido tuvo bastante que ver que anduviera por allí, dentro del área quiero decir, un centrocampista como Gurpegui, acostumbrado a entablar ese tipo de disputas en zonas menos comprometidas.
El partido de Montjuic se presentó y atravesó a la masa social rojiblanca y al propio equipo como la luz atraviesa el cristal o, como dicen ejerció el Espíritu Santo sobre el Virgen, o sea, sin mancharla ni romperla. El encuentro pilló a la familia rojiblanca discutiendo todavía sobre la conveniencia del "no-recibimiento" del viernes en Bilbao,tema mucho más interesante que el paupérrimo espectáculo que se vio en Montjuic.
Me sumo a la opinión de los jugadores que se negaron a participar en la kermesse que les prepararon el alcalde y el diputado general, principales responsables del asunto con su empeño en homejear al equipo pasara lo que pasara en Valencia. Está bien que los políticos quieran salir en la foto y que una imagen rodeados de rojiblancos vale más que mil promesas electorales, pero todo tiene un límite. No diré que García Macua se debió de negar en redondo desde un primer momento, porque García Macua les debe tanto, sobre todo a José Luis Bilbao, que no está en posición de decidir nada por su cuenta, y menos ahora que se ha enfadado con su mentor económico y profesional.
Claro que una vez esclavos de los favores debidos, los dirigentes rojiblancos tenían la obligación de organizar el festejo con una coordinación razonable. Pero tampoco esta vez lo consiguieron y el asunto tuvo todo el aspecto de una chapuza monumental, ahora sí, ahora no, ahora en autobús cerrado, ahora a pie, como lo tuvo antes el reparto de entradas y todas las demás cuestiones relacionadas con esta final.
Estoy de acuerdo con los jugadores que dijeron que el acto sobraba porque no había nada que celebrar. Ellos pusieron el punto de sensatez en medio de esta locura colectiva hábilmente alimentada desde los medios. Estamos perdidos si no sabemos distinguir la diferencia entre ganar y perder. El Athletic ha jugado un montón de finales, muchas las ganado y otras las ha perdido. Hemos celebrado los triunfos en multitud y hemos rumiado las derrotas cada uno en nuestra casa. El fútbol es así, las finales son así... la vida es así.
Decir ahora que no fue un recibimiento a los jugadores sino un auto homenaje que se daba la afición a sí misma, o pretender que lo que se celebraba era el mero acceso a una final veinticinco años después, es empequeñecer al club y hacer un flaco favor a una afición que a fuerza de mirarse el ombligo para comprobar lo estupenda que es, corre un serio riesgo de caer en el ridículo.
A la vista de quienes propiciaron lo del viernes (los políticos) y quienes participaron en la fiesta (aplastante mayoría de niños y adolescentes, nada que ver con los recibimientos de los ochenta) me da la impresión de que en el asunto convergieron dos circunstancias que conviven en nuestra sociedad. Por un lado, la afición de los políticos a los baños de multitudes; por el otro, unas generaciones de adolescentes acostumbrados a la obtención de la recompensa inmediata: quiero la play station y la quiero ya; quiero el MP4 y lo quiero ya; quiero un recibimiento y lo quiero ya. El Athletic debió estar por encima e imponer el sentido común, pero me temo que eso es demasiado pedir a sus dirigentes actuales.
En cualquier caso, este partido del recibimiento también ha acabado aunque haya tenido prórroga. Ahora ha empezado otro más decisivo para la suerte de este club de 111 años de historia. No es casualidad que en el plazo de apenas tres días se hayan podido leer diversos artículos cuestionando el modelo del Athletic y alabando ¡el modelo de cantera del Barcelona! para sugerir, insinuar y en algunos casos concluir, que el Athletic tiene que abrir sus puertas y olvidar la política que le ha hecho grande durante más de un siglo. También aquí se puede apreciar algo de capricho adolescente, quiero un título y lo quiero ya, mezclado con la vieja aspiración de algunos por acabar con eso que podríamos denominar hecho diferencial del club rojiblanco, una aspiración que poco a poco, como lluvia fina, pretenden que vaya calando entre todos hasta convencernos de que ha llegado la hora de ser como los demás. Ahora empieza otro partido. Permanezcan atentos a sus pantallas.

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jueves, 14 de mayo de 2009

El año que viene hay otra oportunidad

Nada de lo que ocurrió ayer puede considerarse una sorpresa. Todo entró dentro de lo previsible. Desde la derrota ante el Barcelona hasta el espectáculo coral de miles y miles de aficionados rojiblancos en Valencia, en Bilbao y en cada pueblo. Tan previsible era perder ante un equipo evidentemente superior, como entraba en cualquier cálculo que buena parte de la sociedad vasca viviera el partido como un acontecimiento histórico. Y escribo sociedad y no afición, de manera consciente. A miles y miles de los que ayer salieron a las calles ataviados con los colores rojiblancos, sin distinción de sexo, edad ni condición, el fútbol les interesa lo justo, por no decir nada, y no diferencian un corner de un penalti. Pero son del Athletic porque el Athletic es algo más que fútbol, como volvió a quedar demostrado ayer.
Para los que nos gusta el fútbol no fue una sorpresa lo que ocurrió sobre el césped de Mestalla; y para los que seguimos al Athletic, menos. Vaya por delante que parar a este Barcelona resulta prácticamente imposible y solo está al alcance de los más poderosos, de los que emplean sus mismas armas y similar o superior talonario. Del Chelsea, por ejemplo, que puede presumir de haber caído eliminado sin perder ningún partido de su semifinal ante los culés. De los seis goles que encajó el Real Madrid en su propio campo, mejor ni hablar. Establecido que lo más normal es perder ante el Barcelona, no me resisto a matizar que hay maneras de perder, y la del Athletic no me gustó. Caparrós no acertó ni con la alineación, ni con el dibujo ni, por supuesto, tampoco es una novedad, con el análisis sobre la marcha, eso que los modernos llaman leer el partido. La presencia de Yeste pegado a la banda derecha requeriría una explicación detallada que, por descontado, no se dará. La cesión de metros y la inferioridad numérica en el centro del campo, pertenecen también al capítulo de los misterios caparrosianos. La galopada de Touré Yaya en el gol del empate sin nadie que le saliera al encuentro, dice mucho de la disposición táctica del equipo. El miedo, o la empanada, con la que el Athletic regresó del vestuario tras el descanso, sólo pueden estar relacionados con la composición química de las famosas papillas que un amigo del entrenador administra a los jugadores en la media parte, o con un discurso absolutamente equivocado en el vestuario.
Para pretender ganar a este Barcelona tienen que concurrir tres circunstancias: una buena dosis de suerte, una noche negada de los culés y la perfección propia. Ninguna de las tres coincidieron en Mestalla a pesar de que durante la primera media hora, pareció que la ausencia de algunos habituales del Barça le estaba propiciando dudas y despistes en el engranaje general. Fue un espejismo, alimentado por el gol de Toquero, a quien se empeñan en equiparar con Endika, por aquello de establecer paralelismos fáciles con la final de hace un cuarto de siglo. Lo más probable es que quienes lo hacen nunca hayan visto jugar a Endika.
Seguramente el Athletic hubiera perdido de todas las formas, pero me hubiera gustado que lo hubiera hecho de otra forma, más en la línea del primer cuarto de hora, que de lo que ocurrió en el resto del partido. Me dio la impresión de que a raíz del empate, el equipo creyó, o le hicieron creer, menos en sus posibilidades y en sí mismo de lo que nos habían venido contando. Contrastan las lágrimas desconsoladas del final, propias de quien ve frustrada su oportunidad por muy poquito y en el último momento, con lo que había sucedido durante la hora y media anterior.
Las finales están para ganarlas y ésta se ha perdido y no diré que no importa, porque siempre tiene que importar una derrota. Era un cara o cruz, un todo o nada, y salió cruz, salió nada. Pero de esta final hay que extraer algunas conclusiones. La primera de ellas: que esta afición y esta masa social no se merecen los dirigentes que han protagonizado la bochornosa gestión de todo lo que ha rodeado a este partido. La segunda es que la presencia en esta final ha garantizado el relevo generacional. La afición más joven, aquella que no conocía lo que era una final, ya conoce al menos la mitad del asunto. Le falta la otra mitad, la que ocurre cuando se gana una final. Para que la afición más joven siga ampliando sus conocimientos, es imprescindible llegar pronto a la siguiente final...y ganarla. El año que viene hay otra oportunidad, y el siguiente, y el siguiente. En los tiempos que corren la Copa es la única competición asequible para un equipo como el Athletic y no siempre se va a encontrar con el Barcelona en la final. Creo que esa es la conclusión más importante.

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miércoles, 13 de mayo de 2009

¡A por ellos!

Ha llegado el día. Ha tenido que pasar un cuarto de siglo pero ¡por fin! volvemos a estar aquí, en la Final, en el partido con mayúsculas, en esa cita con la historia a la que no hemos acudido las últimas veinticinco llamadas, unas veces porque no hemos podido, otras, porque ha habido quien ha preferido mirar hacia otro lado o escudarse en disculpas vanas. Pero ya estamos aquí y no hemos venido para nada; hemos venido para ganar, porque las finales son para ganarlas. No nos sirve eso de ser vencedores morales, por eso no me gusta la idea de celebrar un subcampeonato. Las finales son así: cara o cruz; todo o nada; cielo o infierno; éxtasis o depresión. No va más.
Una final es un partido distinto a todos, por lo tanto no hay pronóstico ni favorito. Ni siquiera en este caso en el que la diferencia entre ambos contendientes es tan grande. El Athletic era el gran favorito en aquella final contra el Betis, y llegó a disponer de hasta cuatro ventajas, dos en el marcador y otras tantas en los penaltis, para acabar perdiendo. El Real Madrid de las cinco Copas de Europa, el de Di Stéfano, Puskas, Gento, Rial... era el gran favorito en el 58 y el Athletic de los once aldeanos le ganó la final y en el mismísimo Chamartín. Noventa minutos son un lapso de tiempo que puede ser un instante o durar una eternidad. En la anterior final contra el Barcelona el segundo tiempo no se acababa nunca para el Athletic y fue apenas un suspiro para los culés. Pueden pasar tantas cosas en noventa minutos...
No sé si me gusta que Caparrós haya enseñado sus cartas porque no sé si su emplazamiento al árbitro para que aplique el Reglamento tendrá un efecto positivo o no. Está claro que el Athletic tiene que jugar al límite como si se jugara la vida en el envite, porque no tiene otra; y que tiene que recordar a los jugadores del Barcelona a cada instante que ellos sí tendrán otra cita con la gloria en Roma dentro de un par de semanas. Creo que no hacía falta ser tan explícitos como lo ha sido Caparrós.
Estamos en la final y eso es lo único que importa ahora mismo. Porque, se gane o se pierda, el Athletic ha ganado algo tan importante como asegurarse la transmisión generacional de un sentimiento. La cita de esta noche ha servido para reavivar las brasas mortecinas de la pasión rojiblanca hasta convertirlas de nuevo en una hoguera, qué digo hoguera, en un incendio que abrasa a toda Bizkaia y cuyas pavesas se expanden por todos los confines de la tierra. Allá donde haya un rojiblanco, y los hay en todas las esquinas del globo, esta noche brillará una luz. Desde que San Mamés estalló la noche de la semifinal contra el Sevilla, poco a poco, noche a noche, día a día, la fiebre ha ido prendiendo en todos y cada uno de nosotros hasta alcanzar a los más jóvenes, a esos que ya estaban impacientes por vivir en sus propias carnes el pecado rojiblanco que tantas veces les hemos contado los mayores y que ya les empezaba a sonar como batallitas del abuelo. Ha llegado por fin su turno, la hora de su protagonismo, el capítulo en el que los Zubizarreta, Endika, Sarabia, Goiko o Dani, ceden su espacio en el sitial a los Iraola, Orbaiz, Llorente o Javi Martínez como antes los anteriores retiraron a los Arieta, Rojo, Iribar, Uriarte y estos a los Artetxe, Maguregi, Garay, Orue... Porque siempre ha sido así a lo largo de 111 años. Ha llegado el momento en el que los más jóvenes sustituyan el me han contado por el yo estuve allí. Ni más ni menos. Tan importante como eso.
Cuando esta noche salten al campo de Mestalla los once elegidos por Caparrós, sobre sus espaldas llevarán la pesada carga de la representación de todo un pueblo, pero esa carga se les hará liviana como una pluma porque todo el pueblo les estará ayudando a llevarla; les levantará cuando caigan y les empujará cuando les fallen las fuerzas. Y cuando por fin el árbitro diga que ha acabado el partido será el momento de reír o de llorar, como tantas otras veces, pero con la alegría y la satisfacción de haber demostrado una vez más que el Athletic tiene un sitio entre los más grandes sin renunciar a sus señas de identidad. Que el club sigue siendo el mismo que aquel que fue por primera vez a Madrid llamándose Bizkaya y se trajo la primera Copa. Aquello ocurrió en 1902. Ya ha llovido, pero hay cosas que permanecen inmutables. ¡Aurrera Athletic!.¡A por ellos, leones!

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lunes, 11 de mayo de 2009

Señales positivas

Observar con un atisbo de racionalidad lo que está ocurriendo en torno a la final es un ejercicio definitivamente absurdo, así que llegados a este punto es mejor dejarse llevar y gritar ¡a por ellos!. Finiquitado el molesto asunto de la Liga, ya incluso con el visto bueno de Pitágoras, hay tiempo hasta el miércoles para tratar de adivinar lo que puede pasar en Mestalla leyendo en las entrañas de animales muertos, en los posos de una taza de té, u observando el vuelo de los pájaros. Y, mira tú por dónde, en los oráculos se empieza a atisbar una lucecita de optimismo. De momento, todas las señales son positivas. Las circunstancias, o el sentimiento de superioridad, pueden acabar jugando una mala pasada al Barcelona.
De momento, los once titulares del Athletic que salten al campo el miércoles por la noche en Valencia, lo harán absolutamente descansados, frescos como rosas y con la mente centrada en ese partido desde al menos una semana antes. Por el contrario, los azulgranas lo harán con la cabeza llena de preocupaciones, pensando en otras cosas, como por ejemplo, en no lesionarse y perderse la final de Roma, o en calcular si, de una vez por todas, el próximo domingo podrán proclamarse campeones de Liga. Desgastados por el tremendo esfuerzo en el campo del Chelsea y desorientados por el palo que se llevaron en el último minuto de su partido contra el Villarreal el domingo, cuando tuvieron que devolver a toda prisa las botellas de cava a la nevera.
Desde el épico partido de Londres, Guardiola no ha hecho más que perder jugadores para la final. Se lesionó Henry, Abidal vio la tarjeta roja el domingo y, sobre todo, se ha lesionado Iniesta, el eje sobre el que ha venido girando el equipo en los últimos partidos. Para colmo, Messi está dando claras señales de agotamiento. ¿Significan algo todas estas señales?. Los que estuvieron el domingo en el entrenamiento de San Mamés, o los que a estas horas están viajando hacia Valencia, las interpretarán como un signo evidente de que el viernes la gabarra volverá a surcar la ría. Los demás, si es que todavía quedamos alguno de esa rara especie, pensamos que esas bajas liman un tanto la enorme superioridad del Barcelona, que sigue, no obstante, siendo grande. Más que el asunto físico, puede ser el mental el que puede influir en los hombres de Guardiola. La baja de Abidal no es trascendente en el esquema del Barcelona, no al menos de cara a la final contra el Athletic. La de Henry, en cambio, resta alguna alternativa al juego de ataque de su equipo. Sí que la ausencia de Iniesta puede desorientar a todo el equipo, tanto por su propio específico en los aspectos tácticos, como porque estaba en un estado de gracia que lo mismo le llevaba a marcar un golazo en el último suspiro en Londres, que a dar el pase del tercer gol el domingo prácticamente desde el suelo.
Con todo, estas tres bajas son posiblemente menos influyentes que la montaña rusa de emociones que está viviendo el Barcelona en los últimos tiempos. De la euforia rayana con el trance místico que supuso el 2-6 de Madrid a la descarga de adrenalina de Londres, desembocando en el coitus interruptus del domingo ante el Villarreal. La atención de los jugadores del Barcelona ha estado dispersa en mil focos, ajenos todos al que alumbra Valencia, que es a donde tienen dirigidos sus ojos los leones y sus seguidores desde hace un mes. A la misma hora en la que los rojiblancos llegaban a Valencia levitando por la despedida que les tributó la afición, Llorente dejaba con dos palmos de narices a los blaugrana, que ya estaban celebrando la Liga. Guardiola tiene apenas setenta y dos horas para meter a sus jugadores en la final, mientras que los de Caparrós llevan metidos en ese partido más de treinta días. Ese diferente estado de ánimo iguala un poco las cosas; pero hará falta bastante más para equilibrar sobre el terreno de juego la diferencia futbolística entre unos y otros.

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miércoles, 6 de mayo de 2009

¿Es normal tanto entusiasmo?

Empiezo a estar un poco harto de la final. En mi vida se me hubiera ocurrido que podría llegar a pensar semejante aberración y mucho menos escribirla, pero ese es ahora mismo mi estado de ánimo. Empiezo a tener la sensación de que todo este entusiasmo que se percibe, o al menos parte del mismo, es impostado; que estamos en medio de una interpretación coral de la conocida obra "Cómo somos los de Bilbao". Empiezo a estar harto de ver a alcaldes, obispos, actores, famosos, famosillos y clase de tropa en general, posando ufanos con la camiseta. Estoy hasta la coronilla de boinas y txapelas, de este concurso por ver quién es más forofo y más del Athletic; de pantallas gigantes y fiestas con cantantes cuya relación con el Athletic o con el fútbol desconozco. Me repatean estos entusiasmos organizados y dirigidos. No sé en qué va a acabar todo esto, pero me temo que, si no se gana la final, en nada bueno.
Hago memoria y recuerdo que hace veinticinco años el Athletic había ganado su segunda Liga consecutiva y la sociedad vivía una euforia colectiva que no se parece en casi nada a lo que nos están vendiendo ahora. Recuerdo que también entonces el Athletic se fue un día sin avisar a San Mamés a entrenar y se encontró con cinco mil personas en la tribuna principal. Recuerdo que los primeros que aparecieron por allí fueron los estudiantes de la Escuela de Ingenieros, algunos jubilados ociosos, uno que pasaba por allí y vio la puerta abierta... y la bola fue creciendo hasta llenar la tribuna principal baja. También recuerdo que ante el cariz que tomaban las cosas, Clemente y Delgado decidieron aligerar y adelantar el viaje a Madrid para la final en busca de cierta tranquilidad para trabajar. Ahora en cambio, se anuncia con todo detalle que el Athletic entrenará el domingo en San Mamés y, no conformes con el anuncio, se adelanta que el campo se llenará y se completa la cosa publicando el programa completo del equipo, con comida en el Carlton incluida, para que la masa entusiasta siga aportando extras a la obra citada más arriba.
Repaso los periódicos de hace veinticinco años y veo muchas menos páginas y mucha más normalidad que ahora, y mira si no había motivos entonces para echar la casa por la ventana. Lo que no veo es ningún anuncio de nadie que quiera venderme nada con el señuelo de que me lo ragalará si gana el Athletic. No sé. A lo mejor es que la evolución también es esto y que en la clase de sociedad en la que estamos inmersos, el entusiasmo sea otro bien a consumir siempre que nos lo vendan bien empaquetado. O tal vez hemos llegado al punto en el que somos incapaces de sentir y expresar nuestras emociones de manera natural, sin necesidad de que nadie nos dirija ni organice. Puede ser. Pero reivindico mi derecho a decir que no me gusta

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lunes, 4 de mayo de 2009

Asunto resuelto

El gol que cierra definitivamente la Liga para el Athletic llegó de mala manera; tanto que hasta hay dudas sobre su autoría. Amorebieta defiende que su remate entró pero el árbitro asigna el tanto a Iraola, que fue quien empujó la pelota medio metro dentro de la portería del Sporting. No fue un gol espectacular; ni si siquiera bonito. Fue afortunado y eficaz en su racanería. Como toda la temporada del Athletic, que ha sido una mezcla de fortuna en momentos clave, pobreza futbolística y trabajo a destajo.
Pero ese gol tan cutre ha cerrado el año para el equipo en lo que a la Liga se refiere y hay que otorgarle por lo tanto su justo valor, que es mucho. Si el Athletic llega a salir derrotado del Molinón, a estas horas estaríamos advirtiendo de la trascendencia del próximo partido ante el Betis. El punto de Gijón, vale mucho más que un punto porque vale para mantener la distancia sobre el Sporting, siete puntos, ocho con el average, que es el equipo que marca el límite del descenso. Siete puntos y la propina, cuando solo quedan doce en juego, se antojan distancia suficiente. Aunque Pitágoras no lo certifique todavía, la lógica más elemental saca al Athletic del lío de la lucha por la permanencia.
Ese punto y la proximidad de la final permitirá a los que perpetraron el partido del Molinón cubrir su fechoría con el manto del olvido. Nadie recordará dentro de unas horas el lamentable espectáculo protagonizado por los de Caparrós. Su partido infame y sin sentido, su patética falta de los mínimos recursos del oficio para mantener a raya a un rival menor que juega con una soga atada al cuello, o a otro sitio sensible de su anatomía, de la que pende un enorme pedrusco con la palabra descenso tallada a cincel.
Es verdad que al Athletic le faltaban varias de sus piezas clave, por no decir todo su centro del campo, y que la retirada preventiva de Llorente dejó más huérfano al equipo si cabe, pero a un equipo de Primera cabe exigirle un poco más de criterio con el balón. Las dos faltas sacadas por Koikili desde cuarenta metros, por la vía del disparo directo, evidencian otro tipo de carencias más propias de Regional. ¿Nadie sabe hacer otra cosa que propinar un patadón absurdo al balón desde cuarenta metros?.
Del debut de Adrien Goñi poco hay que decir que no se haya dicho de otros estrenos de la era Caparrós. El chaval fue titular pero no regresó al campo después del descanso. Nadie sabe ni por qué jugó, ni por qué dejó de jugar. Sólo Caparrós, aunque cabe plantear la duda. Como tampoco conoce nadie las razones por las que Iñaki Muñoz no está entre los dieciséis o diecisiete jugadores que pueden sostener una temporada. Son misterios insondables, como el de Joseba del Olmo, reconvertido en Gijón en centrocampista pegado a la banda.
Probablemente un Athletic más entero hubiera dado buena cuenta de este Sporting que ha dejado de ser el equipo inconsciente y bullidor que planteaba los partidos a cara descubierta aun a riesgo de que se la partieran, para convertirse solo en el equipo que da la cara para que se la partan. Si el equipo de Preciado no fue capaz de ganar al Athletic, no se adivina a quién podrá doblegar en las cuatro jornadas que restan. Y no vale con recordar que tuvo más el balón y dominó durante casi todo el partido excepto, quizá, el primer cuarto de hora de la segunda parte. El fútbol tiene que ser algo más que eso. Más que dominar, el Sporting achuchó porque dominó en los choques individuales (choques en todos los sentidos) y porque frente a un equipo sin delantera y con medio centro del campo, lo normal es que consigas estar más tiempo cerca de su área que en la propia. Pero aun así, el Athletic tuvo en las botas de Vélez la ocasión de adelantarse antes del descanso, Iraola estrelló un remate en el poste, el larguero repelió un remate posterior, Vélez estrelló el balón contra el cuerpo de un defensa en la jugada que precedió al corner que provocó el gol y, finalmente, en esa jugada, Joseba Etxeberria cabeceó solo, Amorebieta hizo otro tanto en el área pequeña y, por si cupieran dudas, Iraola acabó por empujar el balón dentro de la portería.
En el otro lado, salvo el gol de Bilic, en un despiste defensivo que le dejó solo, poquito más. El empate final, justo o injusto, era el resultado más previsible para dos equipos que con el balón en los pies a lo más que podían aspirar era a no hacer el ridículo. Lo normal hubiera sido una igualada sin goles. Cada equipo marcó uno. Cosas más raras se han visto.

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