viernes, 26 de febrero de 2010

Levántate y anda

Suicido en Bruselas. El cadáver futbolístico del Athletic yace a estas horas en una fría cuneta belga. Hay muchas formas de que te eliminen de una competición y los rojiblancos fueron a elegir la peor, la más emparentada con la ignominia del ridículo. Era un partido para la heróica, tal y como se habían puesto las cosas dentro y fuera del terreno de juego en el primer partido. No era una cita para pusilánimes, de esos que pensaban que era mejor no ir. La fiel infantería rojiblanca volvió a demostrar que está muy por encima de sus generales. A alguno hasta le costó la nariz ese empeño en arropar al equipo contra viento y marea. Los chicos le pagaron dando el espectáculo en el campo. No es la primera vez que sucede.
La competición europea ya es historia, y como la Copa fue sólo una visión fugaz, llegamos a Marzo exactamente donde queríamos, o sea, con una sola competición en la agenda, un partidito por semana. Desde julio nos venían advirtiendo desde el cuerpo técnico de los enormes riesgos que entrañaba una temporada tan procelosa. Tres competiciones nada menos, clamaban poniéndose la venda antes de la herida. Es curioso el proceso mental de algunos, todo el año diciendo que luchan por clasificarse para una competición y cuando logran su propósito, cambian el discurso para tratar de convencer al personal que jugar más de una competición puede acarrear el desastre. Antes de la eliminatoria contra el Anderlecht, he llegado a oír en una de esas teles locales que tanto nos ilustran, que el Athletic haría bien en olvidar la actual Europa League para centrarse en la Liga, que es lo que importa porque es ahí donde hay que pelearse la clasificación para la Europa League. Un psiquiatra podría ganar un buen dinero con un par de pacientes de ese pelo.
Sin llegar a tanto desvarío, es cierto que el Athletic necesita centrarse cuando antes en la Liga. Primero porque su más inmediato compromiso es en el Sánchez Pizjuán, un escenario en el que los rojiblancos han interpretado algunas de sus más memorables tragicomedias. Y segundo, porque no hay nada más peligroso para este equipo, tan dado a la ciclotimia, que entrar en una espiral depresiva. La última eliminación europea fue el precedente inmediato de uno de los periodos más nefastos de la historia del club. Y aunque gracias al Mundial de Sudáfrica, este año la Liga acaba a mediados de Mayo, no quiero ni pensar en la hipótesis de dos meses y medio de fútbol en la mitad de la tabla, sin peligros ni aspiraciones, hablando de la renovación de Caparrós, los presuntos fichajes o la pista de atletismo que algunos parece seguir empeñados en incrustar en el nuevo San Mamés. Alguien tendrá que tomar las riendas y ordenar a este Lázaro futbolístico: ¡levántate y anda!. Y que Lázaro no se haga el sordo, claro.

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domingo, 21 de febrero de 2010

Calma después de la tempestad

No pudo ser más oportuna la visita del Tenerife a San Mamés. Después de la crónica de sucesos en que se convirtió el partido contra el Anderletch, la catedral vivió una tarde insólitamente plácida. El Athletic ganó su partido más cómodo y sencillo y la afición se dedicó a sestear, a salvo de cualquier sobresalto, una vez que Llorente acertó con el penalti a los diez minutos de partido. El penalti vino además con el bonus de la expulsión del central tinerfeño Culebras, lo que añadió alfombra roja a la puerta abierta. Para redondear, Oltra no pudo elegir una peor opción para recomponer su equipo. Retrasó a Mikel Alonso al eje de la defensa y acabó por descomponer su sistema; perdió orden en el centro del campo y no ganó eficacia defensiva. El Athletic vio el cielo abierto y Toquero supo aprovechar las facilidades. Si a los quince minutos ya había sufrido el penalti que marcó el rumbo del partido, tras un fallo de la defensa chicharrera, minutos después culminó con eficacia de killer una prolongación de Llorente tres un saque de puerta de Iraizoz. Gran ejecución la de Toquero, que no es la primera, por cierto.
Ahí se acabó la historia. Oltra sacó bandera blanca poniendo en el campo a un centrocampista, Ayoze, para dar entrada a un central de verdad, Manolo. Cualquier cosa con tal de taponar la hemorragia. El Tenerife consiguió al menos aparentar un cierto equilibrio sobre el terreno hasta el descanso, gracias, entre otras cosas, al conformismo de los rojiblancos.
El gol de Iraola en los primeros compases de la segunda parte, aprovechando otro fallo clamoroso de la defensa rival, pudo ser el preludio de una goleada. Pero los centrales rojiblancos tampoco están para tirar cohetes. El Tenerife con diez, resignado a su suerte, con la losa psicológica de su nulidad viajera (sólo ha sumado dos puntos como visitante), pidiendo socorro, consiguió rematar unas cuantas veces contra la portería de Iraizoz. Alfaro acortó distancias en una jugada similar a la del segundo gol del Villarreal, o sea, ganando la espalda a un Amorebieta que últimamente gasta cintura ortópedica. Menos mal que Gabilondo marcó pronto el cuarto. Los aficionados pudieron continuar con su plácida siesta sin más sobresaltos hasta el final.
El Tenerife fue el visitante ideal. Había dudas sobre cómo reaccionaría el Athletic tras su mal partido del jueves y, sobre todo, las ausencias de Javi Martínez y Orbaiz abrían numerosos interrogantes. Gurpegui e Iturraspe pusieron orden en el eje y David López y, sobre todo, Gabilondo, generaron el juego justo, tampoco se excedieron, para encarrilar un partido mucho más fácil de lo previsto.
Cubierto el expediente ante este flojito Tenerife, el foco se centra en el partido del próximo jueves ante el Anderlecht, el turbio asunto de las entradas que nunca llegaron a las taquillas de San Mamés y la denuncia por fraude que ha interpuesto en los juzgados un grupo de aficionados que se consideran damnificados. La gestión de las entradas no es, desde luego, el punto fuerte de esta directiva. Si lo de la final de Copa fue un esperpento, lo de ahora no parece menos entretenido a primera vista. Cuando no tenemos la oportunidad de asistir a la performance de un Manneken pis de carne y hueso, nos encontramos con un happening de escamoteo de entradas al más puro estilo Juan Tamariz, nada por aquí, nada por allá. Al Athletic se le podrá acusar de jugar poco y hasta de aburrir en el terreno de juego, pero en cuanto te alejas del césped el entretenimiento está asegurado.

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viernes, 19 de febrero de 2010

La horma y el zapato

Para desenvolverse con cierta solvencia por Europa hace falta algo más que capacidad de trabajo, entrega y todas esas cosas de las que tanto nos hablan en los últimos tiempos. El Athletic tuvo todo eso en cantidades industriales, como siempre, pero no pudo pasar del empate ante el Anderlecht y, lo que es peor, no tiene ningún argumento para quejarse del resultado.
No voy a escribir aquí de los incidentes porque ya lo he hecho aquí. Prefiero centrar este blog solo en los aspectos deportivos, que también dan bastante de sí.
Al Athletic se le torció la noche antes de que empezara el partido. La baja de última hora de Amorebieta por otra gastroenteritis (¿qué comen estos chicos?) obligó a la reaparición urgente de Ustaritz para formar con San José una inédita pareja de centrales. El equipo lo notó. Ustaritz estuvo nervioso, cometió dos errores consecutivos, una cesión y un pase muy complicado, y dio la impresión de que todos los rojiblancos jugaron mirando atrás con el rabillo del ojo. Claro que el fallo más grave fue el de Iraizoz en el remate que precedió al gol, que, a su vez, vino de una penetración poderosa de Lukaku que se comió a Castillo con patatas. El lateral ya había permitido minutos antes un cabezazo a placer al que Iraizoz respondió con un paradón.
Insegura la zaga, la reaparición de Yeste tampoco aportó al centro del campo el fútbol que se necesita en una competición europea. Hacía falta mucha más velocidad y precisión para romper la estructura del Anderlecht y digamos que el Athletic se movió con al velocidad del Fluminense y la técnica individual del Linense, la vieja Balompédica, o 'Balona' para los allegados. Y así, claro, no hubo manera.
Digamos que Ariel Jacobs le ganó la partida táctica a Caparrós, o que el Anderlecht sabía más del Athletic que viceversa. El equipo belga es un conjunto que atesora las virtudes tradicionales del fútbol de su país. Orden, mucho orden, disciplina táctica y paciencia han sido de siempre las armas tradicionales de su fútbol. La mejor selección, aquella de Gerets, Vercauteren, el portero Paff y compañía, fue una máquina de precisión, tan metódica como aburrida, que ganaba sus partidos por la mínima, pero los ganaba.
El Anderlecht es algo de eso. Un conjunto que nunca pierde el sitio ni la compostura, que hace valer su físico en cada disputa y que rasca en cada choque. Curiosamente todo el entramado se sustenta en uno de sus jugadores más pequeños de talla: el argentino Biglia, autor del gol, que dio una lección táctica de las que dejan huella, tanto con balón como sin él. Su visión del juego y su claridad a la hora de ocupar los espacios fue determinante para acabar de fundir a un Athletic obligado a abusar del pase atrás o en horizontal. Biglia, una vez aburrido Javi Martínez, tuvo la visión de escorarse a una banda para aplicar el mismo tratamiento a Susaeta, solución de urgencia aportada por Caparrós. Los rojiblancos siempre tenían que superar a dos rivales: su marcador y el que le hacía el apoyo y ese era siempre Biglia. Tremendo lo suyo. Kouyate también colaboró echando una mano de cemento al centro del campo belga. Entre ambos se bastaron para desahogar a sus defensas, muy cómodos ante un Llorente en inferioridad y un De Marcos bullidor pero verde para un compromiso de este calibre, y para lanzar con precisión sobre todo al marroquí Boussoufa,un incordio que vive a la sombra de ese portento físico llamado Lukaku, que no hizo gran cosa, pero fue suficiente para dejarse ver.
Digamos que el Anderlecht fue una versión mejorada de ese Athletic reforzado que tan buenos resultados obtuvo hace un par de meses con la inclusión de Gurpegui en el lado derecho del centro del campo; la horma del zapato rojiblanco. Cuestión que vuelve a poner de manifiesto que cada partido es una historia y que no vale el mismo dibujo para distintos decorados.
Es un argumento al que nos podemos aferrar para seguir manteniendo la esperanza. No es descartable que el Anderlecht apueste por lo mismo en el partido de vuelta, puesto que el empate a cero le favorece, pero el Athletic está obligado a marcar al menos un gol y esa necesidad podría obrar el milagro de que su técnico plantee otro tipo de partido, o apueste por otro tipo de jugadores la próxima semana.
El gol de San José les da a los rojiblancos un oxígeno importante de cara a la resolución de la eliminatoria. Si jugando tan mal y con tantos condicionantes negativos, el equipo consiguió evitar la derrota, cabe soñar con que en Bruselas las cosas pinten de otra manera.
Ayer, al Athletic le faltó un poco se suerte en aquel remate de De Marcos en el último minuto del primer tiempo, acierto en aquel cabezazo horrible de Llorente ya con el empate, pero sobre todo, le faltaron creación y vigor. Los rojiblancos salieron perdiendo en todos los choques porque a todos acudieron con menos fe y más precauciones que los belgas, y eso no puede ocurrir en San Mamés.
Para colmo, los rojiblancos en su conjunto, los del césped y los de la grada, perdieron hasta la guerra psicológica. El presunto arranque fiero de los leones se diluyó en la bronca que armaron algunos homínidos belgas, con la inestimable colaboración (todo hay que decirlo) de algunos congéneres locales. Todo el campo estuvo más atento a lo que pasaba en aquel corner que en lo que sucedía sobre la hierba. Luego ya el colmo para los más entusiastas fue enterarse de que en Bruselas también se saben la de Aida. Los estragos de la televisión.

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domingo, 14 de febrero de 2010

Una derrota que hace daño

Es una discusión recurrente: cuánta responsabilidad tienen los entrenadores con sus sistemas, y cuánta los jugadores con su interpretación en el campo. En muchas ocasiones se ha reprochado a Caparros su querencia por un juego miserable, en el que lo único importante es el resultado por encima de cualquier otra consideración, un juego que desprecia el futbol y el sentido común. En Villarreal, sin embargo, Caparrós planteó el partido de una forma más que meritoria, buscando el fútbol y la creación, como si lo que el Athletic enseñara hace unas semanas en Riazor, le hubiera mostrado el camino; como si el fiasco de Cornellá le hubiera abierto los ojos definitivamente y hubiera visto que el camino está en la asocación de sus futbolistas, en el buen trato al balón, en la apuesta por la calidad que sí tiene la plantilla del Athletic.
Pero en Villarreal fallaron algunos jugadores no a la hora de interpretar la estrategia propuesta por su entrenador, sino a la hora de ejercer su oficio de futbolistas. Amorebieta y San José tuvieron una noche negada. Nilmar les volvió locos repitiendo constantemente el mismo movimiento. Si un delantero se te va siete veces haciendo lo mismo, se supone que tienes que pararte a pensar un minuto y evitar que te la vuelva a jugar por octava vez. Pero no hubo manera y ahí no vale mirar al banquillo. Un profesional de Primera División tiene que buscarse sus propios recursos y sus compañeros tienen que ver que está pasando problemas para echarle una mano. Pase el primer gol del Villarreal, pero no el segundo, ni la amenaza constante que acabó lastrando el juego de todo el equipo por su propia inseguridad atrás. Y lo que obviamente no tiene ni medio pase es que se vuelva a fallar un penalti, esta vez en el minuto 88. El Athletic se tendrá que hacer mirar lo suyo con los penaltis. Un porcentaje de acierto del cincuenta por cien no es de recibo, se mire como se mire.
Tampoco le fueron mejor las cosas al Athletic en su juego de ataque, y eso que Llorente estuvo muy activo y también supo explotar las miserias de la defensa amarilla. Pero falló siempre el último pase, los rojiblancos se equivocaron siempre en la elección de la última jugada. Sobre todo en el segundo tiempo, cuando apenas consiguieron inquietar al portero rival entre otras cosas porque el Villarreal se echó atrás con un descaro impropio de lo que anunciaba su entrenador, Garrido, un tipo que parece haber inventado el fútbol en una sala de prensa. Viendo lo acontecido en El Madrigal cabe recordar aquella vieja polémica que mantuvieron en sus tiempos Menotti y Bilardo. El segundo defendía el juego resultadista, frente al discurso florido del primero, pero, además, Bilardo recordaba siempre a todo aquel que le quisiera oir que, en el momento decisivo, todos los entrenadores recurrían a lo mismo que él propugnaba: hacer lo que sea preciso para ganar el partido; también Menotti. Y eso es lo que hizo Garrido ante el Athletic: meter a su equipo atrás primero para defender el 1-0 y después el 2-1.
Lo malo es que los rojiblancos no pudieron, o no supieron contrarrestar el movimiento del rival y ello pese a la apuesta de inicio de Caparrós y sus posteriores movimientos en el banquillo. Sólo Muniain cumplió con su parte del papel. Salió a revolucionar el partido y provocó el penalti que debió dar un punto a su equipo.
La bronca final fue el colofón sorprendente que acabó por desgraciar la noche. A los rojiblancos les hubiera venido muy bien sacar durante el segundo tiempo algo del mal genio del que hicieron gala en los últimos instantes. Perdieron los nervios, ellos y su entrenador y acabaron dando el espectáculo. Después, Caparrós dijo eso "nos vamos con cara de bobos". No, no fue precisamente cara de bobos la que se les quedó a los rojiblancos.
La tangana final deja fuera de combate a Javi Martínez y a Orbaiz para el próximo partido. Mal asunto. Pero peor sería que Caparrós llegara al convencimiento de que cada vez que su equipo intenta jugar al fútbol, pierde. Sería una conclusión tan érronea como dañina. Y bastante daño se hizo ya el Athletic en Villarreal con sus propios errores.

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lunes, 8 de febrero de 2010

La apoteosis del despropósito

El caparrosismo debió de salir exultante de San Mamés. Sudor, balonazos, topetazos, pases al amigo invisible, más sudor, más trabajo, alternativas en el marcador, alguna tangana, remontada épica, susto de última hora y final feliz con música de Aida, aunque fuera interpretada solo por el coro de los más incondicionales y sin mucha convicción, como si alguna glándula alejada de su sitio natural estorbara el normal funcionamiento de las cuerdas vocales de los cantores. ¿Qué más se puede pedir para ser felices?. Bueno, el eterno inconformista diría que un poco de fútbol, algo más de neurona y una pizca de coherencia. ¿Que es mucho pedir?. Tal vez. En ese caso bastaría con el silencio respetuoso después del partido, o al menos con un discurso más pegado a la realidad. Los cantares de gesta suelen quedar ridículos cuando enfrente, en lugar de Carlomagno solo hay un pobre pastor. La entrega, la insistencia, el trabajo y ese público de San Mamés que tanto nos quiere y tanto nos apoya, están bien como argumento de rueda de prensa cuando le has ganado al Real Madrid, por decir algo. Cuando enfrente has tenido al pobre Xerez, ese discurso suena más falso que un euro de cartón. Claro que mientras haya quien lo compre como si fuera moneda de curso legal...
Creía que ya lo había visto todo en el fútbol o casi todo, pero no contaba con que podría llegar a ver a Toquero en el centro del campo. Fue la apoteosis del esperpento que se vivió en San Mamés el domingo; el número final que tenía reservado Caparrós para los admiradores de su baile de San Vito en el banquillo. Pero no se consigue colocar a Toquero en el centro del campo así como así; hay que recorrer un largo camino previo para alcanzar esa cumbre y el Athletic lo fue recorriendo paso a paso de la mano de su entrenador.
Probablemente Caparrós y su escudero Luci serán los únicos de este mundo que no vean que Muniain pegado a la banda desperdicia la mitad de su talento, aquella que encuentra su límite en la línea de cal. Muniain es un jugador de salida por la derecha y la izquierda, imprevisible en su inspiración, una centella en los últimos veinte metros, un tipo que merodeando la media luna del área puede volver loca a cualquier defensa. Contra el Xerez se pasó todo el primer tiempo y buena parte del segundo pegadito a la banda. Luego, en el frenesí final, jugó por una banda, por la otra y por el centro, por donde se le ocurrió o por donde encontró un sitio para circular sin chocar con nadie.
Obcecado el Athletic en jugar contra el Xerez de la misma forma en la que jugó contra el Depor, contra el Zaragoza o contra el Madrid, el equipo se fue espesando hasta adquirir la textura del chocolate y eso que se adelantó en el marcador a los dos minutos de partido. Con Muniain preso en la banda izquierda, fue Orbaiz quien asumió la tarea de poner algo de pausa, de buscar la elaboración, de tratar de aplicar el sentido común en definitiva, hasta erigirse en el mejor jugador de un equipo mediocre. Como premio Caparrós lo dejó en la caseta en el descanso. En su lugar salió Susaeta para ocupar la banda derecha mientras Gurpegi y Javi Martínez se hacían con el eje. Como la cosa seguía sin funcionar, el técnico decidió que había llegado la hora de darle la responsabilidad a De Cerio: hala chaval, sal y resuelve esto que nos hacen falta goles y eso de que llevas un año sin jugar se lo dirás a todas. Salió De Cerio y se fue Gurpegui, lo que ocasionó un desajuste evidente entre el centro del campo y la delantera. Y ahí llegó lo de Toquero en el centro del campo o como media punta, que es la versión caritativa que se ha usado para aminorar el dislate. Para entonces el equipo ya no se parecía en nada al original, ni en su composición, ni en su esquema, ni en su plan. Aquello andaba manga por hombro, que decían nuestras abuelas. Cualquier otro equipo distinto del Xerez le hubiera hecho una avería al Athletic. Pero los equipos que están en la situación del Xerez suelen ser como un pararrayos que atrae para sí todas las desgracias. Llorente, un alma en pena todo el partido, cabeceó el empate y a falta de cinco minutos desvió a la red un tiro de Susaeta que no iba a ninguna parte, ante la gentil parálisis de toda la defensa andaluza. Si a los delanteros se les mide por sus goles, Llorente cumplió con creces con su parte del trabajo. Otros no podrán decir lo mismo. Se trata de sudar menos y de pensar más; y no solo entre los que se visten de corto.

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