El Athletic ha saltado desde los 30 hasta los 39 puntos en dos semanas, gracias a que ha enlazado tres victorias consecutivas, Valladolid, Betis y Getafe, hecho insólito en las últimas temporadas. Si se suma el empate de Almería, hay que remontarse a cinco partidos, aquel fiasco ante el Villarreal, para encontrar la última derrota de los rojiblancos. Ese salto de nueve puntos ha llevado al equipo a la octava posición, mas cerca de la UEFA (seis puntos) que del descenso (siete). A falta de nueve partidos, y aunque es probable que este año haga falta algún punto más que los 42 que se establecen como barrera de seguridad, el porvenir del Athletic en la actual temporada se anuncia relajado.
El partido de ayer ante el Getafe era una final para los de Caparrós. Un nuevo fracaso hubiera devuelto las dudas al equipo y a la afición. La victoria, ponía a los rojiblancos donde están ahora, un sueño hace menos de un mes. Y por fin, el equipo consiguió rematar el trabajo con un éxito, cosechar lo sembrado, llenar por fin los pulmones de aire. Los jugadores lo pusieron todo para ganar esta final y el público entendió en los épicos últimos minutos, que los tres puntos abrían un fin de curso plácido. Cualquiera ajeno a los problemas que ha arrastrado el Athletic durante los dos últimos años y medio, no hubiera entendido la tensión que se vivió en San Mamés en el tramo final del partido, cuando el Athletic entregó el centro del campo al Getafe y, sobre todo, cuando perdió a Garmendia, y quedó en inferioridad, en circunstancias que rozaron la tragedia. La diferencia entre ganar y empatar era demasiado grande como para tomarse el partido como un anodino compromiso liguero. Era una final y se ganó. Ahora desde la tranquilidad que da el estar tocando con la punta de los dedos el objetivo de la salvación, es el momento de pensar en otras cosas. Ya no cabe la disculpa de la presión, de la responsabilidad, del miedo, en suma. Ahora toca jugar al fútbol y demostrar lo que puede dar de sí lo que propone Caparrós.
El partido contra el Getafe ha dejado una imagen muy positiva del Athletic. El equipo rojiblanco parece un grupo en racha donde varios jugadores empiezan a rayar a muy buena altura por fin de manera simultánea y no como en los últimos tiempos cuando el conjunto ha ido sobreviviendo de individualidades sucesivas.
El Athletic que ganó al Getafe fue un equipo sólido atrás, donde Amorebieta y Ustaritz demostraron que pueden formar una pareja de centrales más que solvente durante los próximos años, y que merecen seguir jugando juntos desde ya. Ambos estuvieron muy bien ayudados por Iraola a su derecha y un Del Horno a quien Caparrós dio continuidad para que volviera a dejar claro que si la cabeza acompaña a las piernas debe ser indiscutible en el esquema.
Aranzubia, dubitativo en algunas acciones, acabó salvando el marcador en un mano a mano que cualquier otro día hubiera acabado con el balón en la red. Pero ayer era el día del sí. Que ya era hora.
Si atrás el equipo estuvo seguro, unos metros más adelante Javi Martínez sencillamente se salió. Con el inestimable apoyo de Orbaiz, que le da la pausa de la que carece por su juventud, Martínez se volvió a postular como el medio centro sobre el que se puede construir un equipo más que interesante. Por momentos me recordó al mejor De Andrés, aquel que tenía un imán con el que atraía hacia sí todos los balones que circulaban en veinte metros a su alrededor. El día que este jugador adquiera la madurez necesaria para no perderse en esfuerzos inútiles, el Athletic habrá ganado un futbolista que puede marcar una época.
Y vale decir algo parecido de Llorente, cada vez más seguro en todo lo que hace y con las ideas más claras. Si añadimos que Yeste anduvo fino, que Susaeta aportó chispazos de esos que ciegan al rival y que Etxeberria marcó su gol número cien, tenemos un equipo que fue mejor que este Getafe que llama la atención en Europa y va a jugar la final de Copa.
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