No he podido ver el partido de ayer. Me tocó estar de vocal en una mesa, así que me tuve que conformar con seguir el partido por la radio, haciendo zapping en el dial por aquello del contraste. Y la coincidencia general, ratificada después en los periódicos, es que no me perdí nada que no haya pasado ya en San Mamés. Ventaja en el marcador, miedo en el equipo y en el banquillo, respiración asistida para el rival en lugar de ahogarlo en su propia inferioridad, y suerte, ésta vez sí, para amarrar los puntos con un segundo gol y la inferioridad numérica del contrario.
Más de lo mismo, por lo tanto, pero con tres puntos más que, a estas alturas, parece ser lo único que importa. Volvemos a abrir un huequecito con el descenso, cuatro puntos, que se puede volver a cerrar el domingo que viene, porque sin juego es imposible hablar de otras cosas por mucho que se empeñen algunos.
Lo único realmente nuevo el domingo en San Mamés fue el minuto de silencio que se guardó en memoria del Isaías Carrasco, asesinado por ETA el viernes. Un minuto de ocho segundos de un silencio roto por los berridos de un sector muy localizado, como era previsible. García Macua también está dispuesto a romper moldes en un asunto tan delicado. Hasta su llegada, San Mamés se había mantenido al margen de los minutos de silencio, reservándolos sólo al fallecimiento de presidentes de la entidad, con la excepción de la muerte de Zarra. Ni siquiera sus compañeros en la delantera mítica, Venancio, Panizo y Gainza, habían merecido tal honor. La costumbre del Athletic con sus muertos era recordarlos con un brazalete negro.
Y no era por capricho de esta directiva o de la otra, sino fruto de una reflexión que pretendía, por encima de todo, mantener San Mamés al margen de circunstancias que se escapan el control del propio club. No sé quién o qué ha animado a García Macua a romper con esta norma que tampoco estaba escrita ,pero que ha mantenido al Athletic a salvo de manipulaciones, ni si es realmente consciente de dónde se ha metido al abrir esta puerta. Probablemente no lo sea. Y esperemos que no tenga ocasión de comprobarlo.
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