Siete días después, todavía colea el botellazo que sufrió Armando en el Ruiz de Lopera. Como el tiempo es el juez más implacable, estos siete días han dado tanto de sí que han puesto a cada uno en su lugar. Y el Betis, y algunos béticos, han rayado a la altura del barro. Empezando por su presidente José León, empeñado en utilizar el pasado rojiblanco de Villar como argumento. Lo suyo es de tal pobreza intelectual que no merece más comentario. Claro que siguiendo el orden descendente en el escalafón bético, nos encontramos con el entrenador, Paco Chaparro, que ha venido poco menos que a insinuar que Armando le ha echado cuento para provocar la sanción al Betis. Sus declaraciones, por llamarlas de alguna forma, han quedado en evidencia gracias al paso del tiempo, otra vez. En esta ocasión han bastado apenas veinticuatro horas, las que han pasado desde que el portero del Athletic hizo un entrenamiento de prueba hasta la revisión a la que fue sometido en el hospital de Cruces, que dio como resultado que los médicos le negaran el alta pese a la evolución positiva de su herida. Armando ni siquiera está convocado para el partido de hoy ante el Getafe. No sé qué opinión le merecerá al tal Chaparro. Tampoco me preocupa demasiado. A fin de cuentas nos ha hecho a todos el favor de pintar con precisión de retratista el perfil del Betis actual. Ahora se explican algunos comportamientos del público de aquel campo. Si después de Lopera, individuos como León y Chaparro se arrogan el liderazgo del Betis sin que nadie lo remedie, lo de Armando no será el último incidente grave que ocurra en el campo de Heliópolis. Como no lo fue lo de Juande Ramos. A ellos estas dos agresiones no les han merecido ninguna reflexión. En lugar de asumir su responsabilidad, han tratado de endosársela a todo el mundo. Llevan la trampa en su código genético y creen, como el ladrón, que todos son de su condición. ¡Vaya banda!.
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