Han pasado casi seis meses desde que se produjo el cambio en el puente de mando del Athletic. El día de San Fermín, los socios eligieron a Josu Urrutia como presidente, con un respaldo masivo en las urnas. Con Urrutia llegaba al banquillo Marcelo Bielsa, un técnico del que la mayoría de la masa social rojiblanca apenas tenía referencias. En la otra esquina del ring electoral, Fernando García Macua y Joaquín Caparrós, presidente y entrenador durante los cuatro años anteriores, aparecían como derrotados, si bien hay que recordar que García Macua sumó más apoyos que cuando se proclamó presidente. El triunfo de Urrutia, con más votos que ningún otro presidente electo, fue, en cualquier caso, incontestable.
Fueron unas elecciones inesperadas para los entonces inquilinos de Ibaigane, quienes calculaban que el balance de su mandato había sido lo suficientemente positivo como para ganarse una prórroga de cuatro años sin oposición. Una final de Copa, dos presencias en Europa y un equipo estabilizado debían tener, a su juicio, el suficiente peso específico en el ánimo de los socios. Cometieron un error de cálculo evidente. Quizá no recordaron que algunos años antes, en el verano de 1994, el candidato José María Arrate, también ganó al presidente José Julián Lertxundi, pese a que éste contaba a su favor con la reciente clasificación del equipo para la UEFA, tras una brillante temporada en la que, bajo la dirección de Heynckes, el equipo hacía disfrutar con su juego a una afición más que ilusionada con la irrupción de un jugador tan singular como Julen Guerrero. Entonces, los problemas económicos que padecía el club pesaron más que los éxitos deportivos en el ánimo de los socios, que votaron por el cambio. El desmarque de Heynckes en plena campaña electoral fue la puntilla para los intereses de Lertxundi.
También en el duelo García Macua-Urrutia pesaron diversos factores, tanto deportivos, como económicos y sociales. El complejo microcosmos rojiblanco reacciona a diferentes estímulos que trascienden del mero resultado deportivo. Caparrós lo pudo comprobar sufriendo anonadado la desaprobación mayoritaria de la grada de San Mamés cuando se disponía a celebrar por todo lo alto la clasificación para Europa. El técnico, que había sabido estabilizar a un equipo que encontró en estado de coma, no entendió los mensajes que le estaban llegando cada partido en los últimos tiempos desde las tribunas y desde los medios de comunicación de referencia; su desatención y el desconocimiento del medio en el que se había movido durante cuatro años, le llevó a cruzar la línea roja cuando en la sala de prensa del Reyno de Navarra proclamó el que sería su epitafio: "Clasificación, amigo; déjate de imagen". Lo dijo después de una victoria vital para las aspiraciones europeas del Athletic, que llegó tras un partido infame gracias a la picardía de Muniain para aprovechar una jugada desafortunada de un defensa y el portero osasunista.
Josu Urrutia, profundo conocedor del club por su propia experiencia vital, sí que entendió el mensaje que transmitía la parte de la afición que no se resignaba a dar por bueno el señuelo de la clasificación europea, la que analizaba al Athletic desde una perspectiva histórica mucho más amplia que los últimos cuatro años, y la que se negaba a realizar cualquier análisis desde la cortedad de miras del famoso e interesadamente recordado 'bienio negro'.
Tan bien entendió Urrutia la idea, porque él mismo la compartía, que hizo de la recuperación del estilo tradicional del Athletic el argumento central de su campaña. Un mensaje, éste del estilo, tan rotundo para el iniciado como difícil de explicar al profano. Porque el concepto estilo abarca tanto los aspectos deportivos, como los que atañen a la gestión económica o a la relación de la institución con sus seguidores. Es tan difícil definir en un par de frases qué es el estilo, como sencillo entender de qué se trata.
Para cristalizar esa promesa de recuperación del estilo en el plano deportivo, eligió a Marcelo Bielsa, un entrenador singular que podría coincidir con la singularidad del propio Athletic, un técnico cuya vida personal y profesional se rige por una serie de valores no muy comunes en el medio. Los rivales se apresuraron a buscar argumentos para descalificar la elección, aunque la mayoría resultaran ridículos a fuerza de fútiles.
A la vista del resultado en las urnas, queda claro que la mayoría de los socios entendieron el mensaje de calado, sin dejarse cegar por la espuma electoral que agitó hasta extremos inauditos el bando que a la postre resultaría perdedor, arrastrando en su derrota a parte del patrimonio humano del club. En contraposición a la distancia con la que Bielsa participó en las elecciones (una accidentada videoconferencia a última hora, casi a modo de prueba de vida), Caparrós tomó partido y estuvo en primera línea electoral, escoltado por los dos máximos responsables de Lezama y respaldados los tres por un creciente ejército de exjugadores, reclutados a última hora para la causa sin más objetivo aparente que contrarrestar la imagen del candidato Urrutia, el exjugador por antonomasia en el escenario electoral.
Aquella videoconferencia tuvo la virtud de mostrar a un Bielsa humano y comprometido con la causa pese a la lejanía. Había hecho un primer estudio en profundidad de la plantilla y, lo que era más importante, había rechazado ofertas mucho más concretas y jugosas en lo económico, por mantener la palabra empeñada con el entonces candidato. Esa fidelidad demostrada antes de pisar Bilbao, su apuesta por el Athletic por encima de otros intereses, se empezaron a ganar el corazón de una afición en la que, por encima de todo, prima el orgullo de pertenenecia. Marcelo Bielsa ya era del Athletic sin haberse movido de su Rosario natal. Ni siquiera su nacionalidad argentina le puso bajo sospecha en un mundillo como el rojiblanco, tan reacio históricamente a los futbolistas y técnicos del cono sur. Y eso que no faltaron agitadores interesados que sacaron a pasear ese fantasma. Bielsa se convirtió en el segundo entrenador sudamericano de la centenaria historia del Athletic. El único hasta su llegada, había sido el brasileño Martim Francisco Ribeiro de Andrada, quien ocupó el banquillo solo durante dos temporadas y media, en el tránsito entre la década de los cincuenta y la de los sesenta, pero que dejó como legado (desconocido todavía hoy para la mayoría) la creación del equipo juvenil. También de Marcelo Bielsa se espera que deje una herencia de más calado para la vida del club que los meros resultados deportivos puntuales. En estos primeros seis meses ya ha dejado algunos apuntes más que interesantes de lo que puede significar su trabajo para el futuro del Athletic.
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