El presidente de la Federación Vasca de Fútbol, Santiago Arostegi, ha hecho un llamamiento al sentido común de los que acudirán el miércoles a San Mamés a presenciar el Euskadi-Túnez programado para esta Navidad. No es la primera vez que desde la FVF se hace este tipo de llamamiento, y es que, de un tiempo a esta parte, el comportamiento de una parte del público que acude a los partidos de la Euskal Selekzioa, deja bastante que desear, mejor dicho, deja un saldo de destrozos que dice bien poco de la educación y del talante de quien los provoca.
Ha llovido mucho desde aquel Euskadi-Irlanda que en 1979 supuso el inicio de la historia moderna del combinado vasco tras el largo túnel de la guerra y la postguerra. No se trata de idealizar la memoria, ni de afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero si todavía queda algo del espíritu que alumbró aquel partido, no es precisamente el comportamiento de cierto sector de los asistentes a la grada.
La corrección política hace que los medios de comunicación prefieran refugiarse en el tópico de la fiesta del fútbol vasco para los grandes titulares, ignorando o relegando a un breve como mucho, las consecuencias no deseadas de esa fiesta. Funciona el mismo mecanismo que en las informaciones que dan cuenta de los diversos Kilometroak, Ibilaldia y similares que se celebran en cada Territorio. Lo justo de la causa y la grandeza de la participación popular ocultan los macrobotellones en los que muchos preadolescentes comienzan su relación con don Simón y sus parientes.
Las palabras de Arostegi recordando que todo aquel dinero que se emplee en reparar desperfectos se detraerá del que se debería destinar al fútbol vasco, no son mera retórica. El presidente de la FVF sabe de qué habla y con ser malo que en un partido de la selección se produzcan destrozos, es incluso peor la imagen que se refleja a ojos de quienes nos visitan. La invasión de campo en los últimos minutos del partido contra Venezuela, la presencia de gente sentada en la valla publicitaria tras la portería con los pies al borde el terreno de juego, las bengalas, los petardos... no contribuyen precisamente a la causa de la proyección internacional de la imagen de la selección.
A fuerza de hablar de la fiesta del fútbol vasco no son pocos los que han acabado identificando este partido como una celebración más dentro del programa navideño. Lo que a nadie se le pasa por la cabeza hacer en un partido del Athletic, de la Real o de Osasuna, pasa por permitido cuando se trata de la selección. La relación con el fútbol de una parte no desdeñable de quienes acuden a este partido, se limita a esta cita; su interés por el fútbol se circunscribe a la magnífica oportunidad de participar en una juerga que congrega a treinta mil juerguistas: el macrocotillón navideño, vamos.
A la FVF le corresponde la buena organización del evento, pero no se lo ponen fácil. Un incremento de la seguridad privada resulta, además de caro, contraproducente por lo que supone de incitación a la transgresión, sin contar con la escasa popularidad que tienen aquí los uniformes, sean del color que sean. Se ha probado a dejar en manos del propio fútbol el mantenimiento del orden, mediante la participación de voluntarios identificados. La idea, aunque encomiable, no ha tenido demasiado éxito.
Como siempre, la educación y el convencimiento son las mejores herramientas para evitar desmanes, aunque la abundancia de alcohol y la coartada de la masa suelen ser enemigos muchas veces insuperables. No sobraría que ESAIT, desde su posición de referencia para muchos, echara una mano en esa tarea de concienciación. Federación, técnicos, jugadores y rivales, se toman muy en serio este partido. Es hora de que el público se lo tome también en serio y que acuda a San Mamés convencido de que va a un partido de fútbol, no a un botellón.
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