Se podrá linchar en la plaza pública a Aranzubia como pretendían algunos aficionados que salían de San Mamés presos de la desesperación. Se podrá preguntar dónde estaba el lateral izquierdo que permitió aquel centro del Depor en el último minuto, o dónde, el centro del campo que dejó que el balón circulara con tanta facilidad en la maldita jugada. Como se podría analizar cómo permitieron Ocio y Amorebieta el remate del delantero en el área pequeña. Se podrá acusar, chillar y patalear por la frustración de ver empatar un partido que estaba ganado de sobra. Pero siempre se llegará a la misma conclusión, que no es otra que este Athletic es un equipo sin ninguna fiabilidad, tan frágil y predecible como el del año pasado y el del anterior. La defensa, que tanto dicen que había mejorado, sigue recibiendo goles cada partido, los tres últimos, autogol de Ocio y los dos del Depor, de traca, el centro del campo, mejorado ayer por la presencia de Yeste, sigue sin cuajar un partido completo y la delantera sigue siendo una de las más inoperantes del campeonato, (¿alguien recuerda algo además del trallazo al poste de Iraola?) pese a que ante el Depor, LLorente completara una buena actuación bajando todos los balones que disputó por alto, lo que constituyó probablemente la mejor noticia del partido.
No nos engañemos. Si el Athletic no es capaz de ganar al Depor con las circunstancis que se dieron en el partido, es que está condenado a sufrir y mucho hasta el final de la competición. Un equipo que no es capaz de conservar en casa una ventaja de dos goles ante un rival que no pisó el área contraria durante una hora, no es un equipo, es un canto a la insolvencia.
Y no cabe hablar de mala suerte ni siquiera por el minuto en el que llegó el gol del empate. Ese gol fue el producto una serie de fallos en cadena que culminaron Aranzubia con su media salida y los centrales con sus dudas. Por no hablar de dónde estaban la barrera y el portero en el primer gol, que vino precedido de una falta que había forzado el Depor después de un par de tanganas provocadas por unos jugadores desesperados por su impotencia, en las que los rojiblancos entraron con inocencia digna de mejor causa.
No cabe hablar de mala suerte cuando el rival te regala un autogol para abrir boca y un remate fallido de tu delantero centro se convierte en un magnífico pase para que David López se estrenara casi sin querer. Hay que hablar de otras cosas que parecen prohibidas en este estado de optimismo por decreto que se vende desde Ibaigane y su aparato mediático. Hay que hablar de la cruda realidad de un equipo muy justito de calidad pese a esa cantidad de fichajes que todos alaban sin pararse a pensar cuál es su aportación real. Pero eso requiere capacidad de análisis e indepencia de criterio, dos virtudes que ultimamente no abundan por San Mamés y sus aledaños.
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