Lo del Rico Pérez podría definirse como un drama con final feliz si no se hubiera producido la lesión de Iraizoz, que devolverá el ruido, que no el debate, a la portería. Porque un drama fue lo que interpretó el Athletic durante una hora, y en cambio, los rojiblancos acabaron con la sonrisa en la boca después de los goles de Llorente y Del Horno. Pero no fue una sonrisa propia de la satisfacción de quien ha hecho bien su trabajo, sino la del que piensa con alivio de buena nos hemos librado.
Al final se cumplió el análisis de Caparrós, que antes del partido había emplazado la resolución de la eliminatoria a la vuelta en San Mamés, pero también se cumplió el oscuro vaticinio de servidor, que ayer mismo escribió aquí los tristes recuerdos que le traen estos partidos de Copa.
El Athletic jugó durante una hora como siempre juega estos partidos, o sea, entre horrible y patético. Y eso que el técnico aprovechó que el domingo no hay Liga para mantener la mayor parte de su estructura titular. No fue la alineación rojiblanca un equipo irreconocible, puesto que bien pudiera aparecer tal cual en cualquier partido de Liga. Todo el esquema defensivo, incluido Del Horno, fue el que se supone llamado a garantizar la solidez del equipo, y la presencia de Muñoz en el centro del campo en detrimento de Orbaiz, o la de David López en el sitio de Susaeta, son variantes que entran dentro de la lógica.
Pero este equipo que tanto dicen que ha mejorado en defensa encajó dos goles para el minuto 36, en los que la actuación de portero y defensas fue manifiestamente mejorable. Y cualquiera sabe lo que hubiera sucedido si a Muñiz no le entra el siroco y expulsa a Sendoa. El Hércules se vio a abocado a jugar toda la segunda parte con diez jugadores, pero durante muchos minutos pareció que le eran suficientes para contener el inexistente juego de ataque del Athletic. El gol de Llorente hizo daño a los de Alicante y la superioridad numérica, cuya ventaja entendieron por fin los rojiblancos, permitió que volviera la conexión Yeste-Del Horno para acabar en un golazo, no tanto por su ejecución (la volea salió 'mordida') como por el pase sensacional al compañero desmarcado que pedía el balón con ambición.
Ese gol nos cambió la cara a todos, pero el marcador no debe ocultar las marcas que el partido dejó en el cuerpo del Athletic. El Hércules, que no es nada del otro mundo, dejó al descubierto durante una hora a un equipo inseguro en defensa, confuso en el centro del campo y nulo en ataque. Ese es el que tiene que quedar en la retina para que nadie olvide las carencias de este grupo. Lo otro, los dos goles y la remontada, estuvieron bien. Faltaría más que contra un rival de Segunda y jugando medio partido con diez.
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