El secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky, ha desmentido que vaya a haber una amnistía para Carlos Gurpegi antes de que el próximo mes de abril cumpla los dos años de sanción que le impusieron por dopaje. De esta forma puede darse por cerrado un caso que el Athletic ha gestionado de forma lamentable desde el primer minuto. Esa nefasta gestión ha derivado en sobreentendidos que han puesto en la picota, sobre todo, a un profesional como Sabino Padilla. Cualquier observador neutral deduciría a la vista de la evolución de los acontecimientos, que en el Athletic se ha defendido la inocencia de Gurpegi y de Padilla con la boca pequeña, como una forma de salvar el expediente o de ser políticamente correctos en el escaparate, y se ha intentado maniobrar por debajo de la mesa con unos argumentos bien distintos. La asesoría legal del Athletic ha tratado desde el primer momento de ganar en los tribunales aferrándose a los defectos de forma, que los hubo y muchos, en la realización del control y su posterior comunicación, en lugar de centrarse única y exclusivamente en cargarse de argumentos científicos o de poner en el escaparate lo obvio, es decir, la enorme cantidad de controles que han pasado los jugadores rojiblancos con resultados negativos siempre.
El colmo de esta situación llegó cuando en plena campaña electoral, alguien que a la sazón no era siquiera oficialmente candidato, anunció que no renovaría a Padilla y Núñez sin explicar los motivos de semejante decisión, trabajo que dejó a su abundante aparato mediático y de agit-prop a pie de barra de bar. Según su versión apócrifa, el cese de Padilla era la interpretación moderna de aquello de la cabeza del Bautista en la bandeja de Salomé, que serviría para aplacar a algunas fieras madrileñas que tenían cuentas pendientes con el doctor desde los tiempos de Indurain. Esas fieras, convenientemente amansadas, serían las que posteriormente allanarían el camino institucional para una feliz resolución del caso. La patraña servía para ganar algunos votos, aunque fuera a costa de la honorabilidad de un profesional, pero qué importa esas menudencias.
Las palabras de Lissavetzky desmontan ahora todo el invento, pero ya no importa, las elecciones están ganadas y el Athletic vive en el más feliz de los mundos, según la doctrina oficial. De hecho, el presidente acaba de utilizar uno de sus altavoces para proclamar que el equipo ya está "cuajado". Sí, como un flan, que es como se comporta en cuanto los rivales le agitan un poco.
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