Por si alguno seguía en la idea de mantener el optimismo que nos aconsejan desde instancias oficiales y la prensa afín, llegó el partido conta el Zaragoza para dejar las cosas claras. Ya no podemos hablar de síntomas, o problemas solucionables. El Athletic está condenado a sufir hasta el final. Lamentablemente, la realidad se ha impuesto sobre la ficción que nos están vendiendo desde el verano. Los fichajes, el equipo en crecimiento, la solvencia defensiva... patrañas que a duras penas se han sostenido por la necesidad que tiene el personal de creer en algo, la humana negación de una realidad dolorosa y por un coro mediático que lo va a tener muy difícil ahora para cambiar el paso, aunque algunos ya se estén cayendo del caballo, ya sea a cámara lenta.
Parece que ahora se descubre que el Athletic es incapaz de hacerle un gol al arco iris, circunstancia que no le ha impedido al presidente malograr el fichaje del único delantero que estaba al alcance de Ibaigane. Y todavía habrá quien se empeñe en culpar a Ezquerro y recordar situaciones del pasado para justificar el fracaso de la gestión.
Parece que se empieza a admitir que aquella mejoría defensiva tan alabada al comienzo de la temporada, tampoco era para tanto. Al Athletic le siguen metiendo al menos un gol en cada partido, más que suficiente para derrotar a un equipo que ve la portería contraria con catalejos.
Ya no podemos hablar de síntomas, como cuando Caparrós mandó estrechar el campo una hora antes de un partido. Ya hemos llegado al síntoma por excelencia: el del cambio de portero. En La Romareda no jugó Aranzubia, pero el Athletic volvió a perder, y no por culpa de Armando precisamente. Perdió porque este equipo se está diluyendo en su propia ineficacia. Eso sí, cuando los entrenadores ya no saben qué hacer, cambian de portero.
De pronto, han aflorado a la superficie algunos de los desaguisados que se han tratado de ocultar durante todos estos meses. Ahora, el portero titular del Athletic es uno de 37 años que ha estado ocupando el banquillo del Cádiz esta temporada y que cuenta en su currículum con 25 partidos jugados en Primera División. Permítaseme la ironía: ¿no están en Lezama Imanol Etxeberria y Juanjo Valencia, de edad similar y mayor experiencia en la máxima categoría?.
Ahora, una semana se pretende ceder a Cuéllar, uno de los fichajes del verano que iban a mejorar la plantilla, y la siguiente el entrenador le incluye en la convocatoria.
Ahora, un día se supone que el técnico de un toque de atención a Aduriz, y al otro el advertido es Llorente. Mientras tanto, la gran esperanza blanca es Ramos, un delantero de veintiún años que no ha dado noticias espectaculares en las categorías inferiores y que, a primera vista, no parece que vaya a aportar mucho más que Vélez, la penúltima esperanza blanca, repescado de una cesión al Barakaldo gracias a la clarividencia del equipo técnico que se trajo el nuevo presidente, y que ahora juega, otra vez cedido, en el Hércules.
Vélez fue presentado en su día como un futbolista milagro del estilo de Koikili, un lateral llamado a ser santo y seña y ejemplo para los futbolistas de las divisiones inferiores del fútbol vizcaíno, que verían que las puertas del Athletic no están cerradas para los extraños a Lezama. En La Romareda, Sergio García destapó una por una las carencias de un futbolista todo pundonor, pero que no ha estado en Segunda B porque todos los técnicos del mundo, excepto uno del Athletic, estaban ciegos.
Y ¿qué decir de Ocio?. Expulsado por tercera vez, de nuevo en el tiempo de descuento, y con once tarjetas amarillas a sus espaldas. Era el central que iba a liderar la mejoría defensiva del equipo, aportar experiencia y hacer crecer a los más jóvenes.
Si sirve de consuelo cabe decir que el panorama no se presenta más abrumador de lo que ya lo era antes del partido del domingo. Es lo que hay y es lo que había. La única diferencia es que algunos se están enterando ahora.
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