lunes, 7 de mayo de 2012

El partido de nuestra vida

Lo han dicho los jugadores del Athletic con estas palabras o similares: "es el partido de nuestra vida". De la suya y de la de todos los aficionados rojiblancos, sin duda. Es el partido en el que el Athletic disputará el título que le falta, un título europeo que culmine una historia repleta de triunfos domésticos pero vacía en el nivel internacional. Se dirá que el Athletic ya jugó una final europea en 1977 y es verdad pero no es lo mismo. Las finales de la Copa de la UEFA se jugaban entonces en el formato de doble partido, como si se tratara de una eliminatoria más. Había una doble oportunidad. De hecho, la derrota mínima en el Comunale de Turín se consideró un buen resultado de cara al partido de vuelta en San Mamés. Ni qué decir tiene que ahora aquel resultado significaría directamente el fracaso. Ahora es una final, un partido que no permite rectificación, todo o nada, cara o cruz.
Llevamos días entregados a la evocación. Los medios de comunicación han liderado el ejercico de nostalgia y los héroes del 77 están ocupando papel y tiempo en radio y televisión. Se merecen ese sitio y ese tiempo aunque solo sea para que el reconocimiento de las nuevas generaciones les sirva de pequeño consuelo a aquel terrible fiasco de hace treinta y cinco años.
Los que tuvimos la suerte de vivir aquello hemos rememorado minuto a minuto nuestra experiencia en aquella Copa de la UEFA, unos pocos privilegiados como futbolistas, todos como aficionados que disfrutamos como nunca antes lo habíamos hecho con las hazañas de nuestro equipo. Los más jóvenes han podido conocer ahora en detalle aquel brillante capítulo de la historia del Athletic.
Recordar es un ejercicio saludable siempre y cuando no se caiga en la melancolía y aquella temporada 76-77, admitámoslo, tiene más de melancólica que de gloriosa. Fue la temporada de las finales perdidas, la de la frustración inmensa después del desbordamiento de la ilusión. El desastre de un equipo llamado a disfrutar del fulgor de la gloria que se tuvo que conformar con acariciarla con la punta de los dedos y acabó abrasado. Aquellos jugadores merecieron mucho más de lo que consiguieron, merecieron un sitio en el Olimpo rojiblanco pero se quedaron a las puertas. Algunos de aquella generación, los más jóvenes entonces, todavía llegaron a tiempo para conquistar la gloria de las Ligas y de la Copa seis años más tarde, después de atravesar un desierto que incluyó una grave crisis deportiva que, también entonces, hizo temblar alguna estructura.
Todos recordamos estos días dónde estábamos aquella tarde en la que Bettega frustró nuestro sueño marcando aquel gol en San Mamés que sentenció la final. Todos sabemos dónde estábamos cuando Madariaga acertó desde los once metros aquel penalti que Rojo provocó en Milan y nos devolvió a una competición de la que ya estábamos eliminados, o qué estábamos haciendo mientras Irureta marcaba en el Camp Nou para dejar en la cuneta a aquel tremendo Barcelona que se había ido de San Mamés con un 2-1 que nos dejó con un nudo en la garganta. Y todos recordamos, cómo no, aquella cesión de Lasa a Iribar casi en el último minuto de la semifinal contra el Racing White, cuando el empate sin goles en San Mamés nos estaba abriendo la puerta de la final.
Pero llegados a estas alturas es mejor mirar hacia adelante. La historia está ahí para repasarla en los momentos en los que no tenemos otra cosa más a mano para certificar nuestra grandeza. Ahora mismo tenemos un presente sublime y un futuro que se anuncia espléndido. Y ahí cerca, dentro de unas horas que ya se están haciendo eternas, nos espera el partido de nuestra vida, ese que todos llevamos tanto tiempo soñando con disputar, hasta el punto de que en nuestra conciencia colectiva se había convertido más en una fantasía de forofos que en una posibilidad real. Porque, seamos sinceros, ¿cuántos de nosotros hubieran pensado en serio que el Athletic podría volver a disputar una final europea a estas alturas de la ley Bosman y de los presupuestos hinchados por jeques árabes, magnates rusos o cualquier otra clase de millonarios de dudosa condición?.
Pues ahí la tenemos, tan real y tan cerca. Es el partido de nuestra vida, el de los que ya llevamos jugados unos cuantos partidos importantes, y el de los que ahora empiezan a disputar sus primeros partidos decisivos. Es nuestro partido, nuestra final. La que vamos a ganar seguro, porque 114 años después ya va siendo hora de que el nombre del Athletic figure en el palmarés europeo.
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2 comentarios:

Igor dijo...

¡Qué nervios!

Nací en 1973. Tenía 10 años cuando nos dieron "fiesta" en la Ikastola para ir a ver la Gabarra. Mi padre (ebanista) nos hizo los mástiles a todos los de clase para ondear la bandera del Athletic a su paso por la ría.

Mi infancia esta inexorablemente asociada a ese recuerdo. Después, he disfrutado mucho, muchísimo, con el Athletic (también he sufrido, claro), pero pasé la adolescencia, pasé la juventud, me he casado, he sido padre... y no he vuelto a ver pasar la Gabarra del Athletic...

Quiero que mi aita (ya jubilado) le haga un mástil pequeñito a su nieta, y llorar de alegría y de emoción, abrazados, viendo pasar la Gabarra casi treinta años después.

Aupa Athletic! Aurrera mutilak!

... ¡Adelante campeones, el equipo del Athletic vencedor tiene que ser, nadie puede detener nuestro avance arrollador!

Juan Carlos Latxaga dijo...

Bonita historia Igor. Seguro que la nieta va disfrutar mucho con la bandera que le ha hecho su aitite. ¡Ya falta menos!