miércoles, 13 de mayo de 2009

¡A por ellos!

Ha llegado el día. Ha tenido que pasar un cuarto de siglo pero ¡por fin! volvemos a estar aquí, en la Final, en el partido con mayúsculas, en esa cita con la historia a la que no hemos acudido las últimas veinticinco llamadas, unas veces porque no hemos podido, otras, porque ha habido quien ha preferido mirar hacia otro lado o escudarse en disculpas vanas. Pero ya estamos aquí y no hemos venido para nada; hemos venido para ganar, porque las finales son para ganarlas. No nos sirve eso de ser vencedores morales, por eso no me gusta la idea de celebrar un subcampeonato. Las finales son así: cara o cruz; todo o nada; cielo o infierno; éxtasis o depresión. No va más.
Una final es un partido distinto a todos, por lo tanto no hay pronóstico ni favorito. Ni siquiera en este caso en el que la diferencia entre ambos contendientes es tan grande. El Athletic era el gran favorito en aquella final contra el Betis, y llegó a disponer de hasta cuatro ventajas, dos en el marcador y otras tantas en los penaltis, para acabar perdiendo. El Real Madrid de las cinco Copas de Europa, el de Di Stéfano, Puskas, Gento, Rial... era el gran favorito en el 58 y el Athletic de los once aldeanos le ganó la final y en el mismísimo Chamartín. Noventa minutos son un lapso de tiempo que puede ser un instante o durar una eternidad. En la anterior final contra el Barcelona el segundo tiempo no se acababa nunca para el Athletic y fue apenas un suspiro para los culés. Pueden pasar tantas cosas en noventa minutos...
No sé si me gusta que Caparrós haya enseñado sus cartas porque no sé si su emplazamiento al árbitro para que aplique el Reglamento tendrá un efecto positivo o no. Está claro que el Athletic tiene que jugar al límite como si se jugara la vida en el envite, porque no tiene otra; y que tiene que recordar a los jugadores del Barcelona a cada instante que ellos sí tendrán otra cita con la gloria en Roma dentro de un par de semanas. Creo que no hacía falta ser tan explícitos como lo ha sido Caparrós.
Estamos en la final y eso es lo único que importa ahora mismo. Porque, se gane o se pierda, el Athletic ha ganado algo tan importante como asegurarse la transmisión generacional de un sentimiento. La cita de esta noche ha servido para reavivar las brasas mortecinas de la pasión rojiblanca hasta convertirlas de nuevo en una hoguera, qué digo hoguera, en un incendio que abrasa a toda Bizkaia y cuyas pavesas se expanden por todos los confines de la tierra. Allá donde haya un rojiblanco, y los hay en todas las esquinas del globo, esta noche brillará una luz. Desde que San Mamés estalló la noche de la semifinal contra el Sevilla, poco a poco, noche a noche, día a día, la fiebre ha ido prendiendo en todos y cada uno de nosotros hasta alcanzar a los más jóvenes, a esos que ya estaban impacientes por vivir en sus propias carnes el pecado rojiblanco que tantas veces les hemos contado los mayores y que ya les empezaba a sonar como batallitas del abuelo. Ha llegado por fin su turno, la hora de su protagonismo, el capítulo en el que los Zubizarreta, Endika, Sarabia, Goiko o Dani, ceden su espacio en el sitial a los Iraola, Orbaiz, Llorente o Javi Martínez como antes los anteriores retiraron a los Arieta, Rojo, Iribar, Uriarte y estos a los Artetxe, Maguregi, Garay, Orue... Porque siempre ha sido así a lo largo de 111 años. Ha llegado el momento en el que los más jóvenes sustituyan el me han contado por el yo estuve allí. Ni más ni menos. Tan importante como eso.
Cuando esta noche salten al campo de Mestalla los once elegidos por Caparrós, sobre sus espaldas llevarán la pesada carga de la representación de todo un pueblo, pero esa carga se les hará liviana como una pluma porque todo el pueblo les estará ayudando a llevarla; les levantará cuando caigan y les empujará cuando les fallen las fuerzas. Y cuando por fin el árbitro diga que ha acabado el partido será el momento de reír o de llorar, como tantas otras veces, pero con la alegría y la satisfacción de haber demostrado una vez más que el Athletic tiene un sitio entre los más grandes sin renunciar a sus señas de identidad. Que el club sigue siendo el mismo que aquel que fue por primera vez a Madrid llamándose Bizkaya y se trajo la primera Copa. Aquello ocurrió en 1902. Ya ha llovido, pero hay cosas que permanecen inmutables. ¡Aurrera Athletic!.¡A por ellos, leones!

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1 comentario:

Iñaki Murua dijo...

Prefiero el "Athletic geuria" que el "a por ellos".

En lo demás de acuerdo, aunque yo en casa no he tenido problemas con el sentimiento rojiblanco. Siempre suelo comentar que uno de mis "fallos" fue llevar al pequeño, sobre todo, tan pronto a San Mamés... porque ya no lo ha querido dejar.

Aupa Athletic! Y a ver si tienes que empezar a preparar la addenda para el libro, o un nuevo capítulo para una próxima versión corregida y aumentada ;-)