La presunta iniciativa de un grupo de socios que pretenden exigir responsabilidades a Fernando Lamikiz y su Junta por al 'caso Zubiaurre', no tiene viso alguno de prosperar. El afán de notoriedad, las ganas de Lamikiz de meter el dedo en el ojo de Astiazarán plantándole la presentación del jugador el mismo día que la Real celebraba la junta de accionistas que nombraría presidente a Fuentes, la inconsciencia y el increíble error de un profesional del derecho y entonces ya avezado directivo del fútbol al que se le suponía un suficiente conocimiento del terreno en el que se movía, les ha costado a los socios del Athletic 5 millones de euros, además de una considerable vergüenza y una sensación de ridículo que produce escalofríos. Hasta en estos tiempos en los que, como diría Aurtenetxe, se le ha perdido el respeto al dinero, la cantidad es muy importante. Utilizando el 'patrón fútbol' para entendernos, valdría para fichar a un buen jugador.
Pero esa cifra desaparecerá por el sumidero del balance, como tantas otras. El Athletic puede con todo.
La nota publicada por la actual directiva en la web del club no deja lugar a la duda , sobre todo en su último punto, donde textualmente viene a decir que lo pasado, pasado está, que hay que mirar adelante y que pelillos a la mar. Si el redactor o inspirador de tal nota fuera el superior de un monasterio cisterciense, el texto transluciría bondad, generosidad y caridad cristiana, amen de un afán de superación y un elevado espíritu solidario. Pero tratándose de quienes de tratan, un resumen procaz sería: entre bomberos no nos pisamos la manguera o, dicho de manera más fina, no deseemos a nadie lo que no deseamos para nosotros.
La obligatoriedad de avalar un porcentaje del presupuesto que atañe a los directivos de las entidades de fútbol profesional que todavía conservan la forma jurídica de clubes deportivos (Athletic, Osasuna, Barcelona y Real Madrid), pretende garantizar la responsabilidad que en el caso de las Sociedades Anónimas se establece por otras vías. La norma, a mi juicio, es discutible cuando menos, porque, entre cosas, limita de manera extraordinaria el acceso a la dirección de los clubs solo a aquellos socios que pueden disponer de un aval ciertamente importante. Pero es discutible, sobre todo, porque hasta la fecha no ha tenido plasmación práctica en ningún caso, pese a que sea de dominio público que las economías de los cuatro clubes afectados no están precisamente boyantes.
Centrándonos en el Athletic, la historia demuestra que la práctica habitual ha dejado en agua de borrajas el asunto del aval. La transformación de los clubes en sociedades anónimas comenzó a gestarse en los tiempos en los que Aurtenetxe era presidente del club rojiblanco. El Athletic y los otros tres clubes citados anteriormente quedaron exentos de la obligación por ser entonces los únicos que no presentaban deudas insostenibles en sus cuentas. Fue una especie de premio que, sin embargo, vino con el regalo oculto de la obligación de los directivos de avalar el 15 por cien del presupuesto. Aurtenetxe y su Junta se libraron porque sus balances fueron siempre positivos, pero al acceder Lertxundi a la presidencia, se vio obligado a depositar el famoso aval, porque al ser 'nuevo' no tenía los antecedentes inmaculados de su predecesor.
Y fue entonces cuando en el Athletic se inauguró una dinámica que ha continuado hasta nuestros días con una única excepción. Para empezar las directivas entrantes no suelen tener la misma visión de las cuentas que las directivas salientes. Donde unos ven un balance inmaculado, los otros descubren algo muy parecido a la ruina, de lo que cabe deducir que la elasticidad del Plan General Contable es sólo comparable a la del chicle. Así, en las elecciones de 1994 la candidatura de Arrate, cuya responsabilidad económica estaba en manos de un José Luis Marcaida a quien el rigor contable, como el valor en la mili, se le supone, denunció la política económica llevada a cabo por Lertxundi, a quien, por cierto, por primera vez en la historia una Asamblea le negó el presupuesto, después de aprobarle el balance, lo que tampoco dice mucho en favor de los compromisarios. Sin embargo, una vez instalados en Ibaigane, Arrate y los suyos no hicieron ni siquiera amago de ejecutar los avales de sus predecesores e incluso tuvieron que hacer esfuerzos para calmar a quienes pedían su ejecución en la plaza pública.
La transición entre Arrate y Uria fue mucho más tranquila por su carácter continuista, pero la tormenta se desató cuando Fernando Lamikiz accedió a la presidencia tras Ignacio Ugartetxe. El balance que presentó la directiva saliente arrojaba un ligero beneficio en torno al medio millón de euros pero, reformuladas las mismas cuentas por los entrantes, descubrían un déficit de once millones de euros, un caso digno de estudiar en la London Schools of Economics. La primera Asamblea de Compromisarios bajo la presidencia de Lamikiz constituyó así un homenaje a Kafka con una puesta en escena deslumbrante en la que destacaba la presencia de la directiva saliente dividida en dos grupos: unos en la primera fila del patio de butacas defendiendo su versión de las cuentas, y otros ¡en la mesa presidencial! que las desmentía y exigía responsabilidades, bien sea con la boca pequeña y lavándose las manos en la palangana de la voluntad soberana de la Asamblea. Por dos votos los Compromisarios aprobaron no ejecutar los avales. Todavía me pregunto que hubiera sucedido con los 'ejecutables' que estaban sentados justo al lado del 'verdugo'.
Hemos llegado al último capítulo, por ahora, el de la transición Lamikiz-García Macua, Ana Urquijo mediante, y las aguas han retornado a su tranquilo cauce habitual.
Si alguien está pensando todavía en exigir responsabilidades, es mejor que se vaya quitando esa idea de la cabeza cuanto antes. A los presidentes del Athletic sólo la historia les juzgará. ¿No habíamos quedado en que el sillón de Ibaigane es casi tan importante como el de Ajuria Enea?. Pues eso.
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