martes, 7 de octubre de 2008

Asamblea de Compromisarios, el reality rojiblanco

Allá por el pleistoceno, o sea cuando la presidencia de Aurtenetxe y anteriores, el Athletic celebraba sus Asambleas de Compromisarios en el salón de actos de la Escuela de Ingenieros Industriales, cuya puerta de entrada se encontraba cara a cara con la fachada de la conocida como portería de ingenieros en San Mamés. Aquellas eran unas asambleas familiares, a las que acudía un numero de socios que apenas rebasaba el centenar. Compromisarios designados por sorteo, o vaya usted a saber realmente cómo , en aquellos tiempos donde el Athletic era noticia sólo en los terrenos de juego porque, a diferencia de otros, aquel era un club en el que nunca pasaba nada.
Al centenar de socios le acompañaba media docena mal contada de periodistas locales y algún fotógrafo. La única televisión de entonces enviaba a un cámara para que grabara un plano de la mesa presidencial, que por todo atrezzo lucía a un lado la bandera del club que adorna durante todo el año el despacho del presidente. El resto de la infraestructura se limitaba a la presencia de dos responsables de los 'boinas' de San Mamés que, en previsión de algún improbable incidente, guardaban las espaldas de una secretaria del club (mejor dicho, la secretaria) que revisaba en la puerta los carnets y las tarjetas de asistencia de los socios, a muchos de los cuales saludaba por su nombre. A los periodistas les escrutaba de arriba abajo y hasta miraba sus tarjetas de asistencia al trasluz, buscando probablemente alguna falsificación. Al de El Correo le saludaba muy efusivamente por el nombre, pero ninguno de los restantes podía escapar de su celo reglamentarista. Han pasado muchos años pero ahora no puedo evitar rememorar aquellos controles en la puerta del salón de actos de la Escuela de Ingenieros cada vez que en un aeropuerto me hacen quitarme el cinturón.
Una vez sorteado el fielato de la estricta cancerbera, los periodistas se situaban en una de las últimas filas del lado derecho del patio de butacas según se mira al escenario, o sea en la posición teórica del lateral derecho si la mesa presidencial fuera la portería contraria. Y ocupaban aquella fila no porque hubiera reserva alguna, sino por tradición. Una más de las del Athletic.
Empezaba la Asamblea con el discurso el presidente, un discurso largo y tedioso en la mayoría de los casos, donde el mandatario de turno venía a glosar a grandes rasgos lo hecho durante el ejercicio y su propuesta para el futuro, propuesta que tenía su alfa y omega en el importe de la subida de cuotas, único punto del orden del día que interesaba realmente a los presentes. En el duermevela en el que los asistentes seguían el discurso, algún periodista veterano aprovechaba para engañar al compañero novato o a algún fotógrafo despistado. "Te juego un cubata en el próximo viaje a que el primer socio que sale pregunta por el suplemento". "Hecho", le respondía el cándido de turno, incrédulo de las dotes adivinatorias del viejo zorro. Cuando el presidente terminaba su discurso, tomaba el relevo el contador, que refería el balance, cuenta de resultados, activo, pasivo y presupuesto en el tono monocorde con el que el sacerdote de Begoña desgrana las cuentas del rosario cada tarde en Radio Popular. Y a continuación, el primer socio que había pedido la palabra preguntaba, efectivamente, por el suplemento entre el pasmo del pardillo y las carcajadas canallescas de sus colegas.
Luego salían por riguroso turno las dos estrellas de la época: los socios Egido y Lizarraga, que no es que ya estuvieran allí entonces, sino que, a juzgar por el mesarse los cabellos y el rechinar de dientes de sus compañeros de Asamblea, llevaban allí desde tiempos de Daucick por lo menos.
Tenía el primero un estilo en el que destacaba su fina ironía, empañada tan solo por un uso torpe del micrófono, razón por la que probablemente no se entendían los venablos que dirigía a la directiva en forma de sarcasmos y era causa de que sus intervenciones fueran siempre abruptamente interrumpidas por los abucheos del personal, aunque nuestro orador no se amilanaba tan fácilmente, tanto era su tesón para tratar de corregir el rumbo errático de los dirigentes de turno. Lizarraga era de otro estilo. Dueño de una voz tronante, al estilo de los locutores de radio antiguos, sus discursos oscilaban entre la arenga militar y el Sermón de las Siete Palabras. Pero era un hombre ecuánime al que no le dolían prendas para alternar el elogio más amable con la crítica más acerada.
También había otro señor que año tras año subía al estrado para, con paciencia propia del Santo Job y un tono de voz lastimero, exponer que una maldita gotera le arruinaba las tardes futbolísticas pese a pagar una localidad teóricamente cubierta, lo que teniendo en cuenta que antes llovía mucho más, despertaba un cálido sentimiento de solidaridad entre los presentes, incluido los canallas que se seguían riendo de su compañero novato proponiéndole más apuestas ventajistas. Aurtenetxe, siempre solícito, le respondía que trataría de inmediato su problema 'con mucho cariño'. Y así año tras año. Hace tiempo que aquel hombre no ha vuelto a aparecer en las asambleas. Quiero creer que la remodelación de San Mamés cuando el Mundial solucionó sus cuitas.
Se producía por último un conato de discusión sobre si procedía votar a mano alzada o en secreto, urnas mediante, una discusión que la mesa zanjaba con su proverbial habilidad. Ofrecían la posibilidad de la urna, haciendo como un gesto a la secretaria para que sacara el receptáculo, aunque nunca nadie vio alguna, para, a continuación, advertir de que las tortillas de la merienda posterior se estaban enfriando y el vino ya llevaba un tiempo descorchado. Ante tal admonición se votaba a mano alzada y balance, presupuesto y subida de cuotas se aprobaban por un resultado aproximado aunque siempre abrumador, que nunca coincidía con el número de asistentes, pero eso era lo de menos.
Fue Lertxundi quien trasladó la Asamblea al campo cubierto de las instalaciones de Lezama. Su llegada a la presidencia tras unas elecciones tormentosas, vino acompañada ya de un espíritu entre mercantilista y político. De pronto, la Asamblea creció en número de un modo exponencial, y se dividió en facciones. Egido y Lizarraga vieron cómo su estrella perdía brillo ante el advenimiento de una serie de compromisarios que ya no hablaban de pájaros y flores sino de responsabilidad civil, ejecución de avales y váyase señor Lertxundi. El de Portugalete fue el primer presidente del Athletic al que la Asamblea soberana negó dos veces. La primera cuando propuso la ratificación como directivo de Llantada, aquel candidato que a última hora y con nocturnidad no exenta de alevosía, pactó su retirada para facilitar el triunfo de Lertxundi en las urnas a cambio del nombramiento de Clemente como entrenador y un cargo en la Junta. Los socios ratificaron el cambalache en las urnas pero la Asamblea de Compromisarios se negó a pasar por el aro e impidió la entrada del nuevo directivo. Al año siguiente, la misma Asamblea negó, también por primera vez en la historia, la aprobación del presupuesto tras admitir como bueno un balance en el que pocos creían. Fueron los tiempos en los que se dejó ver por primera vez en la tribuna de oradores un joven prometedor llamado Fernando Lamikiz.
Para entonces ya abundaban las cámaras, los micrófonos y los periodistas dispuestos a hacerse eco de lo que ocurría con profusión de pelos, señales y entrevistas a estrellas emergentes como los compromisarios Anta, Zuloaga y algunos otros que muy pronto pasarían del anonimato de su localidad en una tribuna de San Mamés, al brillo cegador de los focos y los flashes.
La época de Arrate no sólo consolidó a los oradores estrella del mandato anterior sino que añadió una nueva especie de compromisario locuaz y agresivo procedente en casi todos los casos de la clase funcionarial. Tipos que disfrutaban del suficiente tiempo libre para leerse la Memoria de cabo a rabo, analizar el balance con precisión de entomólogo, pergeñar estrategias oratorias y preparar preguntas capaces de sorprender al más avezado concursante de televisión. En una ocasión, José Luís Marcaida, alto directivo del BBV, presidente de la Bolsa de Bilbao y a la sazón meticuloso responsable de la economía en la directiva de Arrate, se sorprendió a sí mismo tratando de explicar a un compromisario un diferencial de menos de veinte mil pesetas en una partida menor de un presupuesto de miles de millones. Para entonces ya habían tomado carta de naturaleza los compromisarios que exigían un desglose detallado del capítulo dedicado a viajes 'porque la Real siendo de aquí al lado gasta mucho menos en viajar', y los que en su condición de socios de una teórica empresa que atiende a la razón social de Athletic Club, exigían detalle pormenorizado de los emolumentos de sus empleados, léase futbolistas profesionales. El suplemento seguía levantando pasiones.
Arrate llevó el escenario de Lezama a Euskalduna Jauregia tras un fallido ensayo en un teatro bilbaíno. La Asamblea seguía creciendo a medida que las facciones se consolidaban o se reproducían por partenogénesis. El sobrio escenario del salón de actos de Ingenieros con su bandera y su modesta mesa presidencial con doce directivos, había dado paso a un montaje propio de una convención del partido republicano con un escenario en el que los directivos se sentaban en filas de diez en fondo, decorado de diseño, azafatas, inalámbricos, proyectores, PowerPoint y una batería de urnas con sus correspondientes y reglamentarios interventores.
Fue Javier Uria quien en su breve mandato acabó por fin con la milenaria discusión sobre el suplemento, suprimiéndolo de un plumazo para alegría de la inmensa mayoría, quizá no tanto por el ahorro que les suponía en el bolsillo, sino porque desaparecían un buen numero de oradores que se acababan de quedar sin motivo para subir al estrado. Pero el mandato de Uria conoció lo que a la postre ha venido a suponer la definitiva desnaturalización de la Asamblea de Compromisarios. La irrupción masiva de las televisiones locales culminó el desastre que ya se venía apuntando desde la proliferación de las más variopintas publicaciones y emisoras de radio. Al calor de esta presencia multitudinaria de medios ha surgido como setas después de la lluvia una nueva generación de compromisarios dispuestos a hacer valer el derecho a los cinco minutos de fama que Andy Warhol tuvo a bien conceder en su día a todos los seres humanos. Si el artista hubiera conocido a la masa social del Athletic a lo mejor se lo hubiera pensado dos veces antes de pronunciar la frasecita de marras.
Así las Asambleas que presidieron Ugartetxe, Lamikiz o Ana Urquijo acabaron pareciéndose más a un pleno del Congreso italiano que a una reunión de socios de un club de fútbol. O mejor dicho, a un reality show donde los protagonistas saben de antemano que cuanto más frikis sean ante el micrófono, más cerca estarán de ganarse un puesto en las tertulias de las televisiones locales.
García Macua también tuvo su experiencia el año pasado y la volverá a tener mañana. No ha aguantado la presión y no ha podido sostener su amago de sustituir la presencia masiva de cámaras por un pool. En el pecado llevará la penitencia y solo podrá abandonar Euskalduna Jauregia cuando la madrugada esté muy avanzada. Como se le ocurra recurrir a la vieja estratagema de Aurtenetxe y advertir de que las tortillas se están enfriando antes de que el último orador tenga sus minutos de televisión, puede acabar linchado.

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3 comentarios:

Gontzal dijo...

Juan Carlos, el mejor post que te he leído desde que empezaste el Blog. Todavía me estoy d*sc*j*n*nd*. Ésta es la ironía que se echa en falta en la contraportada de Deia, razón, entre otras, por la que ya en mi casa no se compra.

Te ha falta recordar a aquel grupúsculo llamado "Compromisarios por el Athletic" de la época de Lertxundi. De haber proliferado, nos hubiese convertido las asambleas en un congreso con grupos de diputados rojiblancos, tránsfugas... etc.

Yo fui compromisario en la época de Arrate durante dos años. La verdad es que me reía a carcajadas, pero mi opinión sobre la masa social del club cambió para peor. Recuerdo un compromisario que reprochó a la directiva el traspaso de Suances al Racing alegando que "era muy buena persona, pues nunca le han sacado una tarjeta amarilla"... desternillante, salvo que tengas prisa, pero en la época de universitario te puedes permitir el lujo de irte el último a casa.

Y dos temas a colación:
1. ¿Cómo no va a dar marcha atrás Macua después del cabreo de uno de sus valedores, Eduardo Velasco, el otro día en Telebilbao? ¿No se da cuenta el presidente que ya tendría la publi vendida para insertarla durante la publicidad?
2. El cabreo de Telebilbao viene, también, por el descaro de las filtraciones a El Correo. Pues o le ponen freno a Lazcano (que está desatado, por cierto) o le va a reventar a Macua las operaciones. Ya le ha hecho hacer el ridi con el asunto Etxebe, con las urnas (¡vaya apertura de edición el sábado en El Correo!) y con el asunto de Umbro.

En fin, disfrutemos mañana con el "Hotel Glam" rojiblanco.

Iñaki Murua dijo...

Yo era compromisario en las famosas asambleas de la época de Lertxundi. Flipé con los grupos organizados, yo que iba representando a mis colegas de localidad, y con las explicaciones de algunos directivos. Y cuando pasado un tiempo me "explicaron" ciertas movidas aún entendí menos.

Incluso, sin cámaras, subí al estrado, solicitando que el euskera tuviera la presencia que habían prometido. Aprobado por aclamación, pero no me hicieron ni caso; en la siguiente asamblea todo seguía siendo monolingüe.

Años después, alguna compromisaria quien por cierto se presentó en una candidatura, ha solicitado lo mismo. Si hasta en eso nos repetimos ;-)

Juan Carlos Latxaga dijo...

¡Ostras!, es verdad, Compromisarios por el Athletic, no me acordaba de ellos. Fueron una especie de sucedáneo de otra cosa que se llamó 'Comisión Intermedia Social' de la época de Duñabeitia-Aurtenetxe. Ocurrió que la directiva de turno abrió plazo para que se presentaran compromisarios voluntarios además de los que salían en la rifa que se hacía entonces, y solo aparecieron una docena escasa, que por no perder el viaje se constituyeron en grupo organizado. Hasta hace poco todavía se podían ver los buzones de sugerencias que pusieron en algunas puertas del campo y que solo recogieron polvo durante años.
Hombre, Iñaki, así que fuiste tú el que se subió al estrado a reivindicar el euskera. Ya me acuerdo de aquello, sí señor. Qué tiempos.