viernes, 19 de febrero de 2010

La horma y el zapato

Para desenvolverse con cierta solvencia por Europa hace falta algo más que capacidad de trabajo, entrega y todas esas cosas de las que tanto nos hablan en los últimos tiempos. El Athletic tuvo todo eso en cantidades industriales, como siempre, pero no pudo pasar del empate ante el Anderlecht y, lo que es peor, no tiene ningún argumento para quejarse del resultado.
No voy a escribir aquí de los incidentes porque ya lo he hecho aquí. Prefiero centrar este blog solo en los aspectos deportivos, que también dan bastante de sí.
Al Athletic se le torció la noche antes de que empezara el partido. La baja de última hora de Amorebieta por otra gastroenteritis (¿qué comen estos chicos?) obligó a la reaparición urgente de Ustaritz para formar con San José una inédita pareja de centrales. El equipo lo notó. Ustaritz estuvo nervioso, cometió dos errores consecutivos, una cesión y un pase muy complicado, y dio la impresión de que todos los rojiblancos jugaron mirando atrás con el rabillo del ojo. Claro que el fallo más grave fue el de Iraizoz en el remate que precedió al gol, que, a su vez, vino de una penetración poderosa de Lukaku que se comió a Castillo con patatas. El lateral ya había permitido minutos antes un cabezazo a placer al que Iraizoz respondió con un paradón.
Insegura la zaga, la reaparición de Yeste tampoco aportó al centro del campo el fútbol que se necesita en una competición europea. Hacía falta mucha más velocidad y precisión para romper la estructura del Anderlecht y digamos que el Athletic se movió con al velocidad del Fluminense y la técnica individual del Linense, la vieja Balompédica, o 'Balona' para los allegados. Y así, claro, no hubo manera.
Digamos que Ariel Jacobs le ganó la partida táctica a Caparrós, o que el Anderlecht sabía más del Athletic que viceversa. El equipo belga es un conjunto que atesora las virtudes tradicionales del fútbol de su país. Orden, mucho orden, disciplina táctica y paciencia han sido de siempre las armas tradicionales de su fútbol. La mejor selección, aquella de Gerets, Vercauteren, el portero Paff y compañía, fue una máquina de precisión, tan metódica como aburrida, que ganaba sus partidos por la mínima, pero los ganaba.
El Anderlecht es algo de eso. Un conjunto que nunca pierde el sitio ni la compostura, que hace valer su físico en cada disputa y que rasca en cada choque. Curiosamente todo el entramado se sustenta en uno de sus jugadores más pequeños de talla: el argentino Biglia, autor del gol, que dio una lección táctica de las que dejan huella, tanto con balón como sin él. Su visión del juego y su claridad a la hora de ocupar los espacios fue determinante para acabar de fundir a un Athletic obligado a abusar del pase atrás o en horizontal. Biglia, una vez aburrido Javi Martínez, tuvo la visión de escorarse a una banda para aplicar el mismo tratamiento a Susaeta, solución de urgencia aportada por Caparrós. Los rojiblancos siempre tenían que superar a dos rivales: su marcador y el que le hacía el apoyo y ese era siempre Biglia. Tremendo lo suyo. Kouyate también colaboró echando una mano de cemento al centro del campo belga. Entre ambos se bastaron para desahogar a sus defensas, muy cómodos ante un Llorente en inferioridad y un De Marcos bullidor pero verde para un compromiso de este calibre, y para lanzar con precisión sobre todo al marroquí Boussoufa,un incordio que vive a la sombra de ese portento físico llamado Lukaku, que no hizo gran cosa, pero fue suficiente para dejarse ver.
Digamos que el Anderlecht fue una versión mejorada de ese Athletic reforzado que tan buenos resultados obtuvo hace un par de meses con la inclusión de Gurpegui en el lado derecho del centro del campo; la horma del zapato rojiblanco. Cuestión que vuelve a poner de manifiesto que cada partido es una historia y que no vale el mismo dibujo para distintos decorados.
Es un argumento al que nos podemos aferrar para seguir manteniendo la esperanza. No es descartable que el Anderlecht apueste por lo mismo en el partido de vuelta, puesto que el empate a cero le favorece, pero el Athletic está obligado a marcar al menos un gol y esa necesidad podría obrar el milagro de que su técnico plantee otro tipo de partido, o apueste por otro tipo de jugadores la próxima semana.
El gol de San José les da a los rojiblancos un oxígeno importante de cara a la resolución de la eliminatoria. Si jugando tan mal y con tantos condicionantes negativos, el equipo consiguió evitar la derrota, cabe soñar con que en Bruselas las cosas pinten de otra manera.
Ayer, al Athletic le faltó un poco se suerte en aquel remate de De Marcos en el último minuto del primer tiempo, acierto en aquel cabezazo horrible de Llorente ya con el empate, pero sobre todo, le faltaron creación y vigor. Los rojiblancos salieron perdiendo en todos los choques porque a todos acudieron con menos fe y más precauciones que los belgas, y eso no puede ocurrir en San Mamés.
Para colmo, los rojiblancos en su conjunto, los del césped y los de la grada, perdieron hasta la guerra psicológica. El presunto arranque fiero de los leones se diluyó en la bronca que armaron algunos homínidos belgas, con la inestimable colaboración (todo hay que decirlo) de algunos congéneres locales. Todo el campo estuvo más atento a lo que pasaba en aquel corner que en lo que sucedía sobre la hierba. Luego ya el colmo para los más entusiastas fue enterarse de que en Bruselas también se saben la de Aida. Los estragos de la televisión.

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3 comentarios:

Iñaki Murua dijo...

Me apunto lo de futbol en ense (fluminense+linense)

¿A ver si el tema táctico viene porque Luci en vez de cuaderno parecia que tenía un folio?

Y no sé, tanto insistir con Gurpe y Muniain en bandas...

Anónimo dijo...

Iñaki, Luci solo en el banquillo y 4-1 al Tenerife. Ahí tienes a tu hombre

Juan Carlos Latxaga dijo...

El anónimo era yo