Nos podemos quedar con la versión oficial o con lo que vemos con nuestros propios ojos. Personalmente siempre, y no solo cuando se trata de fútbol, elijo la segunda opción. Y lo que vemos con nuestros propios ojos es un equipo que sigue sin jugar al fútbol, que sigue con una organización precaria y que sustituye valores como criterio, visión o talento por la ejecución de los trabajos de Hércules desde que el árbitro pita el inicio de cada partido, hasta su último aliento.
Jugar peor que contra el Tromso puede que sea posible, aunque es muy difícil incluso para este Athletic de Caparrós. Así que contra el Espanyol, la cosa mejoró un tanto a ratos, solo a ratos y solo un tanto.
A lo largo de esta primera fase de la competición doméstica, el Athletic partirá en algunos partidos con la ventaja de un mejor ritmo competitivo. En este sentido, el Espanyol era el equipo ideal para empezar. La desgracia que han sufrido los pericos este verano es de las que condicionan durante mucho tiempo, como se vio con el Sevilla, y el de San Mamés era su primer partido de competición contra un rival que ya llevaba seis.
Se notó sobre el terreno que el Athletic tenía más dinamismo, más velocidad de ejecución, más confianza, más chispa, como lo suelen resumir los entrenadores en su argot. Caparrós apostó por un eje central con Javi Martínez y Gurpegi, o sea, hormigón armado por delante de la defensa, con Muniain y De Marcos en las bandas para servir a los más adelantados Llorente y Toquero.
El Athletic propuso pues jugar por las bandas dejando el centro del campo solo para que el balón lo sobrevolara una y otra vez. De Marcos volvió a evidenciar que es una promesa a tener en cuenta y Muniain incendió el campo con una serie de regates eléctricos en un palmo de terreno, de esos que al final no suelen llevar a ninguna parte pero gustan mucho al aficionado. Que un chaval de dieciséis años se anime a hacerlos y no se arrugue dice mucho a su favor; ahora solo falta que al chaval de dieciséis años sus responsables técnicos le vayan diciendo que solo hay un balón para todos y hay que compartirlo.
El Athletic tuvo veinte minutos de arranque esperanzadores, asediando la portería del rival aunque sin llegar a crear demasiado peligro ni ocasiones merecedoras de tal calificativo. Luego, hasta el descanso se fue diluyendo poco a poco, a medida que los de Pochetino se fueron dando cuenta de por dónde iban los tiros y cómo saca Castillo las faltas y los córners, o sea, más o menos siempre igual.
Tras el descanso la cosa pintó peor para el Athletic, definitivamente atascado porque cerrar las bandas es la parte más sencilla del juego defensivo, salvo que el equipo que las use para atacar tenga a Garrincha y George Best, por decir un par de nombres a voleo.
El agotado De Marcos fue sustituido por un Susaeta alocado y fallón mientras Caparrós mantenía en el campo a un niño de dieciséis años al que ya solo le quedaba la fuerza suficiente para regatearse a sí mismo, y mantenía en la banda a Yeste, David López y Gabilondo.
El despliegue de un recuperado Gurpegui no podía servir para abrir la defensa españolista y Toquero y Llorente ya daban boqueadas ante la indiferencia del técnico. Y fue llegados a este punto cuando volvió a florecer la flor de Caparrós. Un balón largo hacia ninguna parte se encontró en su vuelo con el incombustible Toquero, que ganó la espalda a su marcador y se presentó solo ante el portero para soltar un zapatazo salvador. El jugador más limitado técnicamente de todos cuantos estaban en el campo, dio una lección de alto nivel culminando una jugada con sencillez: anticipación, velocidad y remate; sota, caballo y rey. Si lo hace Ronaldo se dice que los cracks hacen fácil lo difícil. Pues lo hizo Toquero y le dio los tres primeros puntos al Athletic; puntos de oro, de tranquilidad, de esos que tanto se suelen echar de menos si no se tienen allá por el mes de febrero. Lo dicho: subcampeones, calificados para Europa y con el primer partido de Liga ganado. La vida será bella al menos durante los próximos quince días.


